jueves, 25 de febrero de 2010

Cuando el mormonismo se encuentra con el feminismo: traducción del artículo publicado en GIRL WITH A PEN

Artículo sobre la confesión de un mormón después de leer las ideas del feminismo
Los archivos del varón da la bienvenida a Sam Bullock que escribe su primer post como invitado a Girl With Pen (Chica con un boligrafo). En este escrito personal, Sam explica que pasó cuando su religión mormona chocó con las políticas feministas.

Mi profesora aseguró que no hay razones para temer la F-palabra. Estaba acudiendo a “Introducción a la Ética” en el Bachillerato cuando me asignaron la lectura del libro de Hilde Lindemann “Una invitación a la Ética Feminista”(An Invitation to Feminist Ethics). Era mi primera experiencia con la teoría feminista.
Este libro es una revisión básica sobre el sexismo, los roles de género, la homofobia, la globalización neoliberal, y más historias desde lo personal y sobre la violación. A diferencia de otros libros, no pude desechar este como si fuera un libro más sobre filosofía. No pude tirarlo a un lado, pasar de largo y seguir con mi vida cotidiana. Fué revelador, te abre los ojos y te cambia la vida.
Al leer este libro me dí cuenta que la libertad de elección es lo que me hace feliz. No quería estar constreñido por factores psicológicos que pueden ser el producto de una socialización intensa y temprana en los roles de género. Y sabía perfectamente que las mujeres merecen la misma libertad.
Desafortunadamente, estos debates feministas chocaban frontalmente con mi visión del mundo: me educaron en el Mormonismo. Para los mormones, los roles de género están instituidos divinamente (en su mayor parte) y la homosexualidad es siempre una inmoralidad demoniaca.
En la Iglesia Mormona, solo se permite a los hombres ejercer el sacerdocio. Las mujeres se encuentran completamente apartadas de cualquier posición de autoridad. No existen obispos mujer, no hay mujeres entre los apóstoles, no hay profetas que sean mujeres. Las mujeres únicamente pueden ejercer algún papel de responsabilidad en tareas que estén relacionadas con sus roles tradicionales como líderes con jóvenes, con grupos de niños, y grupos caritativos de mujeres (un grupo exclusivamente femenino).
Se me dijo que el sacerdocio, el poder de actuar en el nombre de Dios, depende de la valía individual. Cualquier hombre podría poseer esta valía. La respuesta fácil de los mormones a caulquier tipo de crítica sobre esta injusta estratificación es que “las mujeres tienen el poder de dar la vida a los niños”. Así que ¿las mujeres no pueden convertirse en sacerdotisas porque los niños se gestan en sus úteros? Este argumento es un estupidez sin sentido.
Cada vez ví más y más claro el sexismo de la Iglesia Mormona. En un debate sobre la parentalidad, me atreví a sugerir que estaba dispuesto a ser un padre presente y comprometido. Se me atacó inmediatamente de ideas arcaicas sobre las mujeres. Me dijeron que las mujeres eran más virtuosas que los hombres, y que esta virtud se desperdiciaría en el traicionero y salvaje mundo de los negocios. Así que las mujeres que trabajan estaban destruyendo la factoría de la sociedad (de hecho escuche ésto más de una vez). No hace falta decir, que me quedé horrorizado.
En otro encuentro, el tema de debate fué la modestia femenina y la apariencia. El obispo que dirigía el grupo sugirió que las mujeres necesitaban el recato en el vestir porque los hombres no podrían controlarse o algo parecido. ¿De verdad? Ahà.
El obispo continuo explicando que las mujeres deben maquillarse porque incluso un viejo pajar puede ser pintado. La enormidad de la doble moral me sacudió. ¿Si no se espera que los masculinos “pajares” tengan que ser pintados, porque las mujeres deberían hacerlo las femeninas “pajaras”?
Según el sexismo quedaba patente, intenté reconciliar mis dos visiones del mundo en conflicto. Intenté racionalizar el sexismo, montando arguymentos como que “La Iglesia no está preparada todavía para la igualdad de género” o “esta doctrina sexista no es de Dios”. Busqué apoyo online y encontré varios blogs feministas mormones como Feminist Mormon Housewives y The Exponent.
Sobre la Proposición Octava del Estado de California. Cuando, me propuse enfocar el segundo de los grandes pecados aparece la homosexualidad. En la Iglesia Mormona, la homosexualidad es un pecado. Se puede ser gay abiertamente, pero debes permanecer en el celibato o contraer matrimonio heterosexual. Ninguna es una opción especialmente feliz.
Cuando la Proposicion Octava (la oposición al matrimonio gay) se encontraba sujeta a referendum en California, la Jerarquia de l Iglesia Mormon la apoyo, y animo a los miembros de la Iglesia a luchar por su aprobación. Esto se tradujo en carteles en los “call centers”, reuniones especiales y en fotos retocadas por ordenador del libro mormón de los profetas con el lema “Sí a la 8ª Proposición”. Lo más alarmante fué la retórica. Se nos dijo que los homosexuales eran como los drogadictos, que estaban destruyendo la sociedad. Se nos dijo que estaban corrompiendo a nuestros niños, nuestras libertad religiosa y nuestras escuelas. Los derechos cívicos y humanos de los homosexuales eran una idea de Satán, un intento de atraer a la gente hacia el camino de la destrucción.
Estoy avergonzado admitiendo que en el instituto creía todas estas tonterías. Recuerdo con claridad como le decía a un amigo que voté por Bush porque estaba en contra del matrimonio homosexual. Incluso escribí una carta al señor Bush de felicitación por su sabia elección.
Pero rebobinando rapidamente al presente, el feminismo me ha permitido comprender que la retórica de la Iglesia, por lo que ha sido (homofóbica, atemorizante) intenta mantener la hegemonía cultural. Todavía racionalizo la homofobia como otra doctrina que “no es de Dios”. Esto era, hasta que leí sobre Stuart Matis, un gay Mormón que se suicidó a causa de la doctrina honofóbica mormona.
Pude ver tan claramente el sufrimiento infringido. Así que ya no pude racionalizar más la homofobia de la Iglesia. Se produjo una auténtica fractura en mi edificio de creencias. Los mormones no estan inspirados por Dios en la aprobación de la Proposición 8ª. No hay Satan, no hay tentadores por ahí fuera intentando engañarme para hacerme creer cosas diabólicas. Este era el último dispositivo basado en el miedo, una herramienta diseñada para silenciar la diferencia.
Y a esta pequeña grieta se precipitó por completo mi educación filosófica, todas mis clases de religión, las clases de ética, mis clases de pensamiento crítico. No he encontrada nunca más alguna razón por la que Joseph Smith vió a Dios cuando fundó la Iglesia Mormona. Ya no creo más que Jesús fué el hijo de Dios, ni siquiera que exista Dios de ninguna manera. Mis creencias se han ido, y me he convertido en un ateo.
Supongo que el mensaje de esta historia es que el feminismo is undudablemente poderoso. Puede alterar las conciencias. Y puede promover la igualdad. Puede incluso desmantelar una visión del mundo por completo. Y yo diría que estos cambios son para mejor.
Sam Bullock estudia para convertirse en abogado con rebanadas de “hip jazz-piano” , y es un autoproclamado feminista ateo

Historia de una prostituta 11



El reloj de la sala de espera marcaba las doce de la noche. Las agujas se habían movido lentas, muy lentas durante las cerca de cuatro horas que sus glúteos habían estado aplastados contra la silla (salvando ratos en que los nervios o el ansia por fumar la habían hecho levantarse y deambular por los pasillos o ir a los lavabos para encenderse un cigarrillo a escondidas). La niña había entrado totalmente inconsciente al hospital, y todo apuntaba a una posible perforación de algún órgano. “La cosa no pinta bien”, había dicho uno de los enfermeros de la ambulancia.



Durante todo aquel cúmulo de minutos de soledad Ella pensó en qué hubiera sucedido si en vez de darle tantas vueltas, se hubiera decidido antes a ir y hablar con la joven. Quizás eso hubiese alterado el resultado por el que ahora estaba donde estaba. ¿A caso aquel chiflado se hubiera atrevido a atacar sabiendo que alguien más estaba allí, mirándole cara a cara y teniéndole en cuenta como alguien diferenciado dentro de toda aquella multitud? Nada de lo que había ocurrido era culpa suya, pero su inocencia no eximía a su conciencia de reflexiones bañadas de sentimientos contradictorios y de una ofuscación total. ¿Por qué coño me meto donde no me llaman? ¿Por qué coño soy tan desgraciada?, se preguntaba reiteradamente.

A las doce y cuarto una especie de fantasma blanco se acercó a ella con sigilo y calma. Era una mujer de unos cincuenta años, de pelo castaño y ojos oscuros, bajo los cuales asomaban unas ojeras disimuladas con algo de maquillaje. Su piel estaba bastante poblada de arrugas, pero en absoluto le sentaban mal.


- Buenas tardes. Soy la doctora Sanchís ¿Es usted quien ha acompañado a Patricia?


Se llamaba Patricia. Al menos ya sabía algo más.


- Sí, sí… Soy yo… ¿Cómo está?
- Bueno, esa pregunta tiene dos respuestas. Ahora mismo está estable, pero la penetración del cuchillo le ha causado daños de perfil serio. Le hemos hecho una laparotomía exploratoria, ya que nos temíamos que existía gravedad en la lesión abdominal, y hemos visto que básicamente el daño se ha producido en el estómago, en su parte inferior. Eso quiere decir que en cierta manera ha tenido suerte, ya que el colon no ha sido dañado. Aun así ha sido una puñalada acertada, y en eso no hemos tenido suerte. El estómago ha sangrado, y hemos tenido que intubarla. Tendrá que estar así unos días. Mañana veremos su evolución, y si no hay complicaciones quizás en unos diez días ya pueda salir de aquí.
- Muchas gracias doctora. –se apresuró a decir Ella con voz entrecortada-.
- La niña es menor. ¿Es usted su madre?




A Ella le cogió por sorpresa esa pregunta. De repente se veía acorralada por la burocracia de la sanidad. ¿Y si en realidad la joven no quería saber nada de su familia? Tuvo que formular su respuesta en unas décimas de segundo.


- Si, sí, yo soy su madre. Dio la coincidencia de que iba a buscarla cuando… –Quiso que al menos su mentira no fuera tan mentirosa-.
- Tranquila, no se preocupe… Ahora mismo su hija está dormida. Probablemente no se despertará hasta mañana por la noche, y aun así estará bastante grogui. Trate de explicarle lo sucedido cuando esté algo más despierta, dentro de unos días.
- Sí, será lo mejor…



Hubieron diez segundos de profundo silencio. La doctora la miraba como quien quiere contar algo más pero no sabe cómo hacerlo.

- Señora… - la doctora la miró con una tez muy seria. Demasiado.-
- Lo que me ha explicado no es lo único de lo que quiere hablar, ¿verdad?
La doctora movió la cabeza hacia los lados, como si la palabra “no” le fuese a hacer daño al decirla.
- Creemos saber cuál es el motivo de el ataque recibido por su hija. Podría tener que ver con un acto de venganza.
- ¿Perdone? –Ella no conocía a aquella joven. En ese preciso instante, en ese hospital, era su hija. Pero unas horas antes era sólo una puta jovencita y solitaria, y era previsible que así siguiera cuando todo esto acabara, pese a que Ella así no lo quisiera-
- Señora, su hija llevaba un kilo de cocaína en el bolso. Como usted comprenderá, y aunque haya pasado todo lo que ha pasado, el hospital debe denunciar los hechos. Como ya se imagina, un kilo de droga no constituye una cantidad de consumo propio…



- ¿Cómo? ¿Un kilo? – Se sentó de nuevo en la silla, apoyando los codos en las rodillas, y la cara en sus manos. Como parecía, cuando una cosa va mal, aun puede ir peor. Muchas prostitutas sufren lesiones sin razón alguna, pero ese no era el caso, o al menos todo apuntaba a eso. Ahora resulta que la niña, además de prostituta menor, era una mula. Volvió a levantarse, y miró a la mujer de bata blanca. – Le suplico que aun no procedan con la denuncia. Por favor, deje que la niña se despierte. Estoy desesperada, y necesito saber qué está pasando aquí, algo que sinceramente se haría mucho más difícil si ustedes dejan entrar a la policía aquí. Hágame el favor, sólo le pido un día, como mucho dos.




- Señora, no puedo hacer eso. Lo siento mucho por usted, porque me pongo en su piel y lo que debe estar pasando es horroroso. Pero póngase en la mía usted; ni si quiera sé si son usted o su marido los que pudieran estar obligando a su hija a vender droga.
- Usted no se pone en mi lugar, -respondió Ella tajantemente-, porque si lo hiciera vería bastante claro que en la situación en la que mi hija está, lo menos conveniente es denunciar a la policía algo más que el propio ataque.


La doctora vaciló unos segundos, y Ella se dio cuenta de que la mujer se encontraba en una lucha interior entre su profesionalidad y su sentido común. Finalmente habló.

- Mire, esto no debería hacerlo, pero entiendo su postura. Haremos ver que aun no hemos descubierto la cocaína. Eso sí, con una condición: cuando hable usted con su hija, debe de haber algún facultativo en la sala.



Aquella condición que para una madre de verdad hubiera sabido a gloria, a Ella le supuso un gran mazazo. No era su madre, y cualquier persona que escuchara alguna conversación entre las dos no tardaría en advertirlo. Sólo sería necesario que la joven abriera su boca un par de veces para que ella misma se cavara su propia tumba.

sábado, 13 de febrero de 2010

Historia de una prostituta 10

La conversación del día anterior con su amiga Conchita le había dejado un buen sabor de boca, pues aunque intuía que la peluquera no veía demasiado claro un final feliz en las relaciones entre Ella y la jovencita y nueva hacedora de la calle, comprendió lo necesario que era para Ella, al menos, intentar acercarse a la adolescente.






Restaba cerca de una hora para volver al trabajo, y aunque el sofá y la estufa intentaban por todos los medios persuadirla para que esa noche se quedara con ellos y nos los abandonara a cambio de un frío congelante y cuatro o cinco desconocidos, no la convencieron.




Dejó el libro de Oscar Wilde que estaba leyendo sobre el sofá a la vez que sus piernas recibían la orden de levantarse. Se acercó a la nevera y rescató de una fiambrera un par de trozos de pechuga de pollo que le habían sobrado al mediodía para calentarlos en el microondas. Una vez programado el aparato para treinta segundos, abrió la despensa y salvó de allí el tomate que más le entró por la vista (uno no demasiado grande, de aspecto duro y color rojo aclarado con el verdoso de la inmadurez). Luego abrió uno de los cajones que se situaban a la altura de sus rodillas, sacó de allí un tajo fino de madera y cortó el tomate a rodajas sobre éste. Después las colocó con delicadeza en un plato llano y puso sobre cada una de ellas una loncha de queso fresco y un poco de atún claro. Terminó la labor aliñándolo todo con aceite y una pizca de sal y orégano.
Cuando hubo acabado de preparar todo, reparó en un pequeño detalle: no tenía hambre.
Volvió a dejar el pollo en la fiambrera, y ésta de nuevo en la nevera junto al plato de tomate (del que se comió sólo dos rodajas).


Los nervios parecían ganarle terreno. Ella misma se veía una estúpida tratando de no dejarse llevar por esa inquietud que la acechaba. No podía imaginarse cómo una mujer entrada en los cuarenta tuviera en estos momentos semejante telaraña de pensamientos, dudas, conflictos, posibles soluciones, etc. Y todo causado por una sola cosa: el temor a que la adolescente la volviera a rechazar.
Finalmente decidió atajar ese proceso de preocupación enfermiza. Sacó el abrigo del armario, cogió el bolso y se apresuró a salir del piso. Su cabeza volaba más rápido que su menudo cuerpo. Sus pies no daban abasto bajando las escaleras, y sus ojos miraban sin mirar el fin de las mismas. Llegó a la planta baja y se topó con Francisco, que a la vista del tiempo que hacía se había recogido antes de tiempo.





- Unos acaban su jornada y otras la empiezan, ¿verdad señora?
Ella ni si quiera perdió tiempo en contestar. Salió a la calle, y en ese momento pensó que el sofá y la estufa tenían razón en sus argumentos sobre por qué Ella debía quedarse en casa esa noche.

Como la otra vez, se dirigió hacia el supermercado, pero ahora queriendo verla, ahora queriendo que aquella joven estuviera en la misma esquina del otro día.
En efecto, allí estaba, con sus ojos mal pintados –lo cual le daba un aire bastante naíf- y su generoso escote enfrentado a las congelantes temperaturas.

Ella caminó hacia el semáforo sin perderla de vista. No podía negar que se sentía algo alegre de ver que la muchacha no había decidido cambiar su lugar de trabajo. El semáforo se puso en verde, y Ella se dispuso a cruzar. Pero algo que no tenía para nada previsto ocurrió en apenas cinco segundos. Un individuo alto, ataviado con una gabardina negra cuyo cuello ascendía hasta la boca tapándole la mitad del rostro, las manos en los bolsillos, y un sombrero cordobés de un azul oscuro como la noche que empezaba a caer se acercó a la joven, quien, pensando que podría ser un posible cliente, aceptó su acercamiento. Pero sólo le dio tiempo a mirar hacia él y dedicarle la típica sonrisa de prostituta amateur, pues en un abrir y cerrar de ojos, y cuando la proximidad entre el cuerpo de ella y la gabardina de él entorpecían y acotaban el campo de visibilidad a terceros, éste sacó la mano derecha de su bolsillo y con ella una navaja del tamaño suficiente como para perforar un órgano, y con un movimiento totalmente limpio y recto introdujo el arma a la altura del estómago.





El claxon de los coches la despertaron del estado de shock transitorio que la había dejado paralizada en medio de la carretera. Vio al hombre darse la vuelta e irse despacio perdiéndose poco a poco entre la multitud. Vio a la joven caer con la espalda contra la pared y arrastrarse por ésta hasta caer al suelo inconsciente. Se vio a sí misma correr hacia ella gritando locamente y pidiendo auxilio. Y se vio también en la ambulancia, acompañándola al hospital entre lágrimas. ¿Qué coño estaba pasando?

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1º imagen: Mujer leyendo un libro en la playa. Picasso.

3º imagen y 4º imagen: Nicoletta Tomas www.nicoletta.info

Buena opción para el día 8 de marzo

El miércoles pasado, cuando asistí a la sesión pertinente del grupo de hombres al que pertenezco (grupo en el que intentamos hablar de todos nuestros problemas en relación con el peso del género, de lo difícil de mostrar nuestros sentimientos, etc, y sobretodo, grupo en el que intentamos crecer interiormente para mejorar nuestra propia existencia y consecuentemente, la de tod@s l@s que nos rodean), nuestro compañero Gabi (al que desde aquí le mando un afectuoso saludo) nos habló de la obra que el grupo "Teatraviesas" va a representar el día 8 de marzo. He aquí toda la información:




Si entráis en la web www.teatraviesas.org, podréis ver la manera de trabajar que tienen los compoenentes del grupo. En su manera de hacer teatro es imprescindible que el propio público participe, pues en sus obras no sólo buscan una simple representación, sino también una concienciación del problema que se plantea en la tarima, ante el espectador.
Esta vez, y con motivo del Día de la mujer, nos presentan "Lara al cercle", una obra que va a tratar el duro tema de la violencia machista.
Un saludo a tod@s

jueves, 11 de febrero de 2010

Apariencias


Miras tu reloj: la una de la madrugada. Tu marido se ha enfrentado estoicamente a la espera, pero su lucha le ha costado caro, y te llama para anunciarte su claudicación. Tú cuelgas, tus ojos me sonríen, y tu boca atraviesa la levedad del espacio entre tu sedoso aliento y mi lóbulo izquierdo para mordisquearlo, y, ya de paso, resumirme en diez segundos cómo me vas a hacer el amor.
Nos acabamos el poco cava que aun yace virgen en un hielo pilé ya derretido por la calidez del momento, y te apresuras a pedir la cuenta.

Nos dirigimos a tu coche –hoy has traído el todo terreno de tu marido; dices que así estamos más anchas-, y con esa risa tonta que ya conozco sobradamente abres la puerta trasera derecha y entonas un “S’il vous plaît, Mademoiselle” con un acento francés muy acaramelado mientras haces una horrible reverencia que a mi se me antoja de lo más divertida. Te hago caso y entro arrastrándome hasta el fondo del coche. Me descalzo, y hago la intención de colocarme bien la falda, pero en el espacio de tiempo en que pueda ubicarse un pestañeo te siento encima mío, vistiendo mi escote de besos, maquillando mis brazos de arañazos depravados, y pincelando mi cuello de un rojo lujuria del que más tarde me resultará difícil deshacerme.
Una cortina de lluvia se apodera del coche, y una corriente de vaho se alía con nosotras y nos da cobijo bajo su fina tela. Las gotas de agua resbalan por la ventana. Tú resbalas por mi intimidad. La intimidad resbala en nuestras manos. Y nuestras manos son gotas que resbalan hasta los vértices más recónditos.
Pero un relámpago de cordura me atraviesa desde atrás, y una pregunta se escapa de mi conciencia: “¿Cuándo vas a dejarlo?”.

Tu luz se apaga.

Hablamos media hora, y me prometes lo mismo que ayer. Me llevas a casa, y con una sonrisa triste me dices que me quieres. Evito que veas mis lágrimas. “¿Sabes?”, te digo, “Cuando te imagino entrando a tu casa veo a una muerta entrando en su tumba”. Silencio absoluto. Salgo del coche.
“Yo también te quiero”.

sábado, 6 de febrero de 2010

Historia de una prostituta 9

Conchita pidió dos cafés con leche al bigotudo de la barra, quien no perdió tiempo en radiografiar enteramente, como quien no quiere la cosa, desde los pies enmarcados en unos zapatos de tacón Dolce & Gabbana que una de sus amantes (esposa de un joven y prometedor arquitecto) le había regalado, pasando por las piernas apretadas dentro de un pantalón agujereado por la parte baja de ambos glúteos y por las rodillas, hasta llegar a la sección superior de la ceñida camisa blanca , cuyos botones finalizaban donde la U del escote empezaba (lo que exigía que, si quería no provocar, llevara puesto un pañuelo que lógicamente, y sabiendo cómo era ella, era normal que no llevara). Una vez la mirada del camarero hubo ascendido hasta ese punto, pasó a encontrarse con los ojos de su clienta, los cuales reflejaban cierto asco por aquella inspección para la que ella no había dado ningún permiso. Los cafés ya estaban listos. El hombre se ofreció a llevarlos a la mesa, pero ella se negó con aquel “No se preocupe, ya lo hago yo”, que más bien quiere decir “¡Quédate donde estás, pedazo de salido!”, y se dirigió hacia su sitio, donde su amiga la esperaba.




- ¿Te puedes creer que el barrigudo ese me ha mirado de arriba abajo sin ni siquiera disimular un poco? ¡Pero cómo se puede ser así de cerdo! ¡Al menos que lo hubiera hecho cuando yo no estaba de frente! – Su tono de indignación despreocupada provocó la risa en ella, que ya había añadido los dos azucarillos en su taza y se disponía a remover el café.
- ¿Sabes? Hace un par de días vi a una chica que me recordó bastante a mí cuando empecé con “mi profesión”.-dejó la cuchara en el plato, y acompañó la taza hasta sus labios para sorber la espuma de la leche caliente.
- Bueno cariño, ¿y qué vas a hacerle tú, que estás en las mismas que ella? Como esa chavala hay miles, ya lo sabes.
- Sí, ya sé que hay miles joder. ¡Me lo dirás a mí, que a veces tengo que sacar las uñas para que no me quiten mi sitio! Lo que pasa es que se notaba que esta chica era seguramente menor, y que no venía de ninguna mafia del este. Era española.
- ¿Insinúas que hablaste con ella?
- No, no he insinuado eso, pero ya que lo dices, sí, hablé con ella, y la verdad es que luego me arrepentí, porque salí bastante malparada.- A Conchita le nació una carcajada espontánea que casi le produce un atraganto con el café.- ¿De qué te ríes inútil? ¡Te estoy intentando explicar que quise hablar con ella para decirle que fuera lo que fuese lo que le había llevado a esto, habían caminos más seguros de salir adelante, y tú te descojonas de risa!
- Lo siento querida, pero es que me cuesta entender que alguien te haga salir con el rabo entre las piernas, cuando normalmente suele ser al revés. Pero dime, ¿qué le dijiste exactamente?
- A ver, es cierto que empecé un poco brusca la conversación, aunque la niña también tenía un piquito de oro… ¡Me envió a la mierda nada más y nada menos! – bebió un sorbo de café; Conchita había olvidado pedir leche natural y aun quemaba bastante- Pero no sé, me pareció todo tan… No sé cómo explicarlo. A esa chica debía ocurrirle algo. Ya sabes que no es normal ver españolas menores ejerciendo. Normalmente, si son menores, las pobrecillas suelen ser extranjeras a las que esclavizan. Por eso me sentí identificada con ella: porque puede que ella haya vivido algo parecido a lo que tú sabes que viví yo…







Conchita se quedó pensativa, rodeando con sus manos la taza caliente para robarle algo de calor.
- ¿Y piensas volver a hablar con ella? Porque puede ser que estés en lo cierto, y que realmente puedas ayudarla. Pero también puede que andes errada y que te estés metiendo en juegos de mafias, y ya sabes que eso a los chulos les toca las narices. Te podrían meter una buena paliza si algún día te ven metiéndote en lo que no te importa.
- Ya…-ella no había pensado en todo aquello. Conchita parecía estar segura de lo que decía, y ella sabía que su amiga tenía razón. Palizas monstruosas habían tenido ocasión cuando algún rufián se había hartado de algún tocapelotas-. Pero no sé Conchita, yo no creo que estemos hablando de redes de tráfico de personas ni nada de eso. Es que estoy segura de que esa chica tiene cosas que contar, y a nadie a quien acudir. Creo que volveré a hablar con ella otra vez, aunque puede que ya no se ponga donde la vi.









Se quedaron en silencio unos segundos. Conchita miró a su amiga: la veía intranquila.
- Dime, ¿qué te lleva a hacer todo esto? Llevas muchísimos años en el oficio, y desde que te conozco nunca te había visto así.
- ¿Nunca has pensado en las cosas que hiciste mal en el pasado? – Conchita asintió con la cabeza- ¿Y nunca has deseado tener otra oportunidad para poder corregirlas?
- Sí cariño, pero es imposible. No podemos volver al pasado para cambiar nuestros errores.
- Bueno… No podemos volver al pasado, pero me he dado cuenta de que, por alguna razón, ha sido el pasado el que ha vuelto a mí. algo así como una fotografía de mí misma que ha volado desde mi adolescencia hasta el día de hoy.Tengo la impresión de que ayudando a esa niña, también voy a saldar por fin las deudas que tengo pendientes con mi vida. ¿Pedimos la cuenta?
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Fotografías 2, 3 y 4: Juan Francisco Casas, http://www.juanfranciscocasas.com/