Capítulo 2. La segunda persona.
Entraste a casa empapada y sucia. Las manos ensangrentadas, el pie derecho descalzo y la falda embarrada. Parecías haber sido objeto de una hipnosis en medio de una lucha bajo la lluvia, pero tus ojos abiertos indicaban que no había sido así. Cerraste la puerta de un empujón y, sin ni si quiera encender la luz, te dirigiste hacia un armario y sacaste de él una botella de cava. Ya habías
bebido bastante, pero el bastante no te era suficiente. Miraste hacia arriba y atrajiste hacía ti una copa del último estante. Luego paseaste como flotando hacia el sofá, y allí te sentaste, con la mirada perdida y abierta de piernas.
No atendiste a que no llevabas ropa interior y que tu intimidad se encontraba totalmente descubierta. Tampoco atendiste a que al abrir la botella, la espuma emergió como la lava de un volcán, mezclándose con las heridas en tus dedos y, ya de paso, manchando la alfombra roja que habías comprado unas semanas atrás.
Ni si quiera atendiste a que, después de servirte una copa y bebértela en apenas un trago, acomodaste tu cuerpo recostándote, metiste la mano derecha entre tus piernas, y te masturbaste hasta la extenuación.
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