Te veo y no te pongo cara.
No te reconozco.
No sé quién eres.
Te veo y me suenan tus palabras
pero tu argumento es algo tosco
y chirría entre tus dientes.
Hablas por hablar y no dices nada.
Tu mirada está vacía.
Sigo sin reconocerte.
Te observo por una mirilla poco clara
y tú estás tan lejos
que no adivino qué pretendes.
Te veo y no te pongo cara,
y aunque me acuerdo de tu nombre
no distingo a qué hueles.
La distancia –pienso- es la distancia,
pero… qué es estar distante
cuando noto que te mueves,
cuando siento tus pisadas
y me duelen tus reveses,
cuando soy parte de tu farsa
y personaje en la comparsa
de tus dudas y tus bretes.
Miro, atisbo, y no te acierto.
Mi foco está apagado.
Tu sombra es permanente.
He olvidado, y no te pongo gestos,
ni una piel como vestido
ni un vestido que te pegue.
Te veo y no te pongo cara.
Tus restos son borrosos.
Tu imagen deprimente.
Estás como si no estuvieras
y a la vez sigues estando,
y a la vez desapareces.
Te veo y no te pongo cara.
Te veo y… ¿Qué cara ponerte…?
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