Capítulo 2
ÉL:
Como
el lector habrá advertido, quedé algo perplejo ante tal respuesta a la ayuda
ofrecida. En un primer momento pensé que no podía reprochársele nada: aun
altaneras, sus palabras seguían siendo de agradecimiento, lo que impedía una
posible réplica que deviniera triunfante. Sin embargo, el ánimo vengativo me
cegó más que a ella su propia incapacidad. Deseé verla hacer el mayor ridículo
de su vida.
Y
para la consecución de tal fin, me sentí obligado a no perderla de vista, como
si mis ojos fuesen a dibujar un sendero letal para aquella mujer. En realidad
no servía de nada aquello que estaba haciendo, pero necesitaba hacerlo.
Entonces pensé que ofrecerme voluntarioso sería una buena tapadera con que poder
hacer de su viaje un duro camino.
Llegué
frente a la máquina expendedora de billetes, y la alimenté con unas cuantas
monedas para conseguir el despacho de un billete de ida. Cuando ya hube acabado
con mi empresa, percibí en mi zapato derecho un pequeño toque, involuntario, de
un bastón. Me aparté hacia un lado para dejar que la mujer sacara su billete
mientras yo colocaba el cambio recibido en mi monedero, y mi monedero en el
bolsillo. Fue en ese instante cuando una bombilla iluminó el mundo de mis ideas.
Lancé un vistazo hacia su posición, y observé que la mujer se aclaraba poco con
la máquina. O mejor podría decirse que ni tan sólo atinaba a pulsar con acierto
las teclas. Así que me acerqué a ella mostrando un respeto tan falso como sus
anteriores palabras de agradecimiento y le pregunté.
-
Perdone señora: ¿A qué estación se
dirige?
Se
produjo un incómodo silencio de un par de segundos, hasta que la mujer
respondió:
-
Hacia Plaza Cataluña. Pero no hace falta
que…
No
le permití acabar. Ella ya había introducido un billete de cinco euros en la
máquina, de manera que me apresuré a apretar los botones correspondientes para
adquirir un billete para ancianos (por supuesto más barato para un anciano,
pero por el cual ella probablemente tendría que cargar con una multa algo más
elevada que el precio de un tique ordinario). La máquina expendió el billete y
el cambio. Le di el billete, y en cuanto al cambio, la situación me obligó a
alterarlo, quedándome yo con la diferencia que suponía adquirir un pase de la
tercera edad respecto a la que debiera ser la adquisición de un tique normal, y
dándole a ella el resto. Juro que, por mucho que a un penalista pudiera
parecerle extraño, la desviación patrimonial no constituyó tipo delictivo
alguno, sino una consecuencia insuperable de querer ayudar a una mujer a ser
mejor persona. Tan sólo era realizar un mal menor para, en este caso, corregir
un mal mayor.
-
Aquí tiene señora. –dije de forma airosa-
-
Gracias.
Finalmente,
recé para que ese día un revisor cumpliera con su labor.
ELLA:
Y
después de aquella magnífica muestra de bondad, llegó la muestra de auténtica
ignorancia.
Me
situé detrás de él y esperé a que terminara. Cuando percibí que se apartaba a
un lado y que no se iba, ya me empecé a preocupar. “¿Este tío es tontito o
necesita un amigo?”, pensé. Me puse algo nerviosa y, al hacer bastante tiempo
que no hacía uso del servicio ferroviario, olvidé dónde quedaba situado el
botón del billete para Plaza Cataluña, así que procedí a buscarlo. Empecé por
los botones de más arriba, descendiendo fila por fila. De repente, de nuevo
sentí la empalagosa presencia de la cansinez absoluta.
-
Perdone señora, ¿a qué estación se
dirige?
-
Hacia Plaza Cataluña. Pero no hace falta
que… - Y entonces noté cómo el joven ya se había puesto manos a la obra sin
dejarme acabar la frase. Yo sólo quería decirle que aquellos puntitos que los
botones tenían probablemente bajo el nombre de cada estación no estaban ahí de
adorno, sino que correspondían al alfabeto braille, cuyos signos aprendí a leer
con diez años. Y en aquel momento fue
cuando me di cuenta finalmente de que, o bien el pobre chico empezaba a
quedarse también ciego, o era realmente un ignorante.
-
Aquí tiene señora. –me dijo mientras
ponía el billete y el cambio en mi mano derecha-
-
Gracias.
Comprobé
que el cambio fuera correcto.
Después
deseé que el muchacho entrara en un vagón distinto al mío.
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