Sirttan Van Veen siempre ha lucido la
misma mirada, capaz de perderse en la profundidad de lo más insignificante y
de, no obstante, contemplar con total normalidad acontecimientos que sorprenderían
a cualquier otro. A Sirttan Van Veen no le atemoriza la muerte, porque la
muerte no forma parte de su vida. No le aterra el vacío porque a nadie le
aterra su hábitat natural. No le inflige una amenaza, porque no hay mayor amenaza que ser él mismo.
Sirttan Van Veen no cierra los ojos
ante el peligro.
No es un hombre valiente, pero en el
largo recorrido que representa una vida centenaria encerrada en el cuerpo de un
joven que no supera la treintena, Sirttan Van Veen ha experimentado con
conciencia e intensidad las situaciones más desgraciadas. Las desventuras
fueron inventadas para los mortales, para aquéllos que un día se van y cuyos
recuerdos se esfuman. Pero no para personas como Sirttan Van Veen, personas que
tienen la obligación de vivir pese a todo.
El gris de sus ojos es la perfecta
definición de su enigmática forma de observar lo que sucede ante él; es el
desprendimiento de una luz tenue a la vez que cautivadora.
Un viajante que por casualidad
compartió algún cigarrillo con él durante una travesía, definió la mirada de
Sirttan Van Veen en su libro “El efímero destello” de la siguiente forma:
“Es
una mirada cansada que parece vigilar más allá de lo que los demás somos
capaces de advertir como potencialmente peligroso. Es una mirada capaz de
incrustarse por entre las cicatrices que la aguja de un reloj deja sobre el
tiempo y retroceder años y años en apenas una fracción de segundo. Es una mirada
que se divide en mil que te rodean, a veces cálidas, a veces gélidas. Son mil
miradas que se funden en una sola que te penetra limpiamente hasta
profundidades desconocidas.”
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Imagen: Mirada, Mireia Serra Poch "La Mairei", maireiportfoli.blogspot.com.
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