“Es
primera hora de la mañana, y yo me acabo de despertar, aunque no en mi cama.
Tengo la sensación de que hay algo nuevo, algo que no suele haber todas las
mañanas y que, aunque me causa cierta incertidumbre y nerviosismo, me hace
sentir tremendamente feliz. Por dentro soy un volcán que desea estallar en
gritos y canturreos, pero sé que no debo porque no todos los ojos están
abiertos a estas horas…
Hoy
no he dormido en mi habitación, y me dirijo a ella de manera casi instintiva,
avanzando ligeramente, sin hacer el menor ruido. El balcón parece una boca
abierta de par en par y el Sol entra hasta el pasillo, que queda iluminado como
si paredes y techo estuvieran cubiertos de halógenos en su totalidad. Yo me
pregunto por qué no me he despertado en mi cama. “¿Me dormiría en el sofá
ayer?” Pero no, no puede ser, porque mi camino hacia mi habitación no ha
empezado desde el sofá… Claro, que… ¿dónde ha empezado? “Veamos, me he
despertado y he sabido que debía ir hacia mi habitación, así que me he
levantado y me he puesto a caminar. Pero… ¿Desde dónde?!” No hay respuesta a
mis dudas porque no hay dudas que responder, sólo partes de la historia que no
existen porque, aunque yo no tenga ni idea, estoy dentro de un sueño.
Por
fin llego a mi destino pero la puerta se encuentra cerrada. Mi intuición me
dice que en este momento debo de ser sigiloso, casi camaleónico con el silencio,
así que me concentro y poso mi mano izquierda sobre el pomo para girarlo
lentamente evitando que chirríe. Lo consigo. No puedo verme la cara, pero estoy
seguro de que una pequeña mueca de satisfacción acaba de nacer de mi boca y mis
mofletes. Todo es oscuro cuando abro, y mis pupilas, que se habían acostumbrado
a la resplandeciente luz madrugadora, se golpean con la nada, con la inmensa
nada oscura y tenebrosa hasta que mi mano derecha, dando palos de ciego sobre
la pared, consigue apretar el interruptor, y de repente todo queda iluminado.
No es la misma luz de antes, pero se convierte en una luz especial; una luz que
me da una pista crucial para adivinar por qué mi subconsciente me ha llevado
hasta ese punto.
Y
ahí estás tú. Aun no te he visto, pero sorprendentemente sé que eres ese
pequeño bulto revuelto bajo las sábanas, al igual que sé que ese olor a pijama
de dibujitos o esos calcetines a rayas también te pertenecen. Sé que si levanto
esas sábanas te encontraré ahí, hecha un ovillo, con alguna inocente legaña en
la comisura de tus párpados y con los labios ligeramente separados.
Pienso
que, llegados a tal punto, no puedo quedarme parado dándole trabajo a la
imaginación. No consigo adivinar la razón, o el nexo exacto entre el saber que
estás ahí y mi felicidad, y ello me empuja a seguir, a acercarme a ese
cuerpecito cubierto del que oigo la frágil respiración sonando como un hilillo
musical fino y casi subliminal.
Y
antes de que los relojes se den cuenta, ya estoy a medio metro de la cama.
Ahora no solo noto tu respiración, sino que la veo. Tu cuerpo se infla y
desinfla ligeramente, y las sábanas se alzan y descienden de forma sutil al son
del jugueteo entre la inspiración y la expiración. Aun no sabes que estoy ahí,
ante ti, a apenas un par de suspiros, a tan solo un par de palabras. Pero sí,
tú has venido a introducirte en mi vida, en mi habitación (y aunque aun no lo
sepa, en mi sueño), y yo tengo derecho a estar justo ahí observando, si
quisiera, eternamente.
Por
fin me siento en la cama, y como si fuera un niño, alzo curioso la sábana por
la parte de arriba. Tu cabellera rubia se asoma, y me fijo en las formas
vertiginosas en que los mechones despeinados caen de tu cabeza al colchón.
Acaricio ese pelo atolondrado lentamente, jugando a meter los dedos por los
enredos como si tuviera el poder de deshacer algo tan complicado… Y por fin
escucho un pequeño ronroneo. El hilo musical de tu respiración se convierte en
un infantil bostezo, e inclinas tu cabeza para que tus ojos, aun medio
cerrados, se crucen con los míos.
-Buenos
días...-me dices con una sonrisa adormilada-.
-Buenos
días… -te sonrío yo también-.
Entonces
sacas tu mano izquierda de entre las sábanas, me coges de la mano que cinco
segundos antes paseaba con atrevimiento por tu cabecita rubia y vuelves a
esconder tus ojos en la oscuridad. Y ese, justo ese es el momento en que concluyo
que me dan igual la incertidumbre, los nervios, las lagunas, o las dudas sobre el
tiempo transcurrido o el nexo entre nosotros dos.
Porque
son tu mano y la mia juntas, y eso en mi sueño es suficiente.”
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Imagen: Soñando, de Marco Ortolan
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