Las historias nunca empiezan donde la primera mayúscula se agarra al blanco del papel, ni acaban donde el punto y final para de forma brusca la tenue voz que a veces incluso ni exteriorizamos. Las historias van más allá de todo, de todos. Se acercan y se alejan. Las historias viven en la nada, y mueren en la inmortalidad de aquello que nunca llegamos a conocer. todo nos parece tan real y tan evidente que no cabe en nuestra mente la idea de que nosotros mismos formemos parte de una historia; de una cualquiera, la que sea; de nuestra propia historia, o de la historia de otros; de la historia del desconocido que nos vió pasar aquella mañana por el portal, o de la historia de la persona a la que amas.
Nos escondemos en el mundo del "Viva, y no conozca lo que vive", en las arenas movedizas de la ignorancia, en la historia que ni si quiera nos hemos detenido a leer. Nos preocupamos por el mañana inmediato, y nos invade la melancolía con lo que vamos dejando atrás, pero nada más. Levantamos banderas en señal de fortaleza, de personalidad, de idealismos, y nos vestimos cada uno de la nuestra para no enseñar que sin ella estamos en pelotas, que de lo que más nos falta es de aquello primero; personalidad.
La vida no son dos días, igual que una historia no empieza ni acaba en un libro, pero nosotros nos encargamos de creérnoslo, de afirmarlo y ratificarlo, de enseñar a los que vienen que todo empieza cuando nosotros queremos, y acaba cuando morimos.
Y así nos va todo; de puta madre hoy, y quizás también mañana. Somos primarios, y encima nos enorgullecemos de ello, o al menos, no intentamos mejorar.
La vida es la vida, y nosotros, por egocéntricos, si cabe, somos dos días de su historia.
martes, 20 de octubre de 2009
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