martes, 20 de octubre de 2009

Reafirmación

Llevo escribiendo desde que tengo quince años. Nunca me he considerado bueno, y también puedo decir que nunca me han considerado bueno (excepto un par o tres de premios en el instituto y otro en un concurso del lugar donde vivo). Sin embargo, nunca empecé a escribir con el propósito de ser alguien en el mundo de la literatura -qué absurdo-. Seguramente empecé a hacerlo para ser alguien a secas.

Escribiendo pasé el tiempo en el que amores frustrados de adolescente ocupaban ese músculo al que llaman corazón, y al que yo solía apodar "incordio". Escribiendo pasé también mi soledad cuando no tuve cerca a mi familia, o cuando teniendo cerca a mucha gente, estaba solo. Y escribiendo pasé todos aquellos momentos en que, no teniendo a mi lado al ser que más amo, necesitaba dejar constancia de que, cuando ella no estaba cerca de mí, era más grande la brecha provocada por la distancia, que esa misma distancia traducida ahora en espacio o tiempo (o ambos juntos).

Me llamo Jorge, tengo casi veintidós años, y estudio Derecho en Barcelona. Vivo en casa de mis padres, con ellos y con mi hermano. Tengo muchos colegas y compañeros, y muy pocos amigos. Salgo con Marina desde hace casi tres años. Ella me quiere tanto como yo a ella. Ambos hemos vivido el crecimiento del otro, su maduración. Hemos visto al tiempo pasar por nuestra voz, por nuestro cuerpo y por nuestra forma de pensar. Sobre ella, hay muchísimas cosas que me gustan, y otras tantas que no. Sobre mí, hay muchísimas cosas que le gustan, y otras tantas que no. Marina me ha echado en cara cantidad de veces que aquel chaval que escribía tanto, y que sentía tanto lo que escribía ya casi ha desaparecido. Ahora ese chico ya casi no confía en la palabra como antes lo hacía; ya no busca la rima de dos palabras bonitas que a ella le pongan los pelos de punta.

Y debo confesar que es cierto.
Recientemente abrí mi carpeta de poesías (la mayoría escritas hace más de un año) y me gusté. Me gustó esa persona que escribía. Me di celos a mí mismo, porque supe que mi novia se había enamorado de aquel muchacho. Tanta envidia tuve de aquel adolescente separado de mi por un tiempo de más de doce meses, que no pude evitar escribir ciertas líneas macabras.

Hoy me colgué del recuerdo para recordarme a mí mismo,
hoy me colgué del reflejo, de la miopía del espejo
que te dice cómo eres aunque nunca te haya visto.

Hoy me sedujo mi antiguo yo,
y masturbé mi melancolía
hasta convertirla en el placer más placentero.
Hoy, reviviéndome a mí mismo,
descubrí la lujuria
al mirar hacia detrás y excitarme con un muerto.



Nunca he dejado de escribir. Siempre he tenido algún momento en el que me ha apetecido buscar a las musas y obligarlas a sentarse a mi lado. He intentado escribir relatos -que no han llegado a buen puerto-, cartas -que he dejado de lado y nunca he enviado- o poesías -que me han parecido horrendas o que directamente no he tenido el valor o la paciencia para acabarlas-. Así que con este blog lo que ahora intento es llevar a cabo una autorreafirmación, un "subirme de nuevo al tren" con un billete sin limitaciones y dejarme llevar cuando lo desee.

Hace poco escuché cierta afirmación que me pareció muy acertada, y es que cuando uno dice algo, un tercero debe de molestarse. O dicho de otra forma: si dices algo y nadie se molesta, es porque no has dicho nada.
De manera que, aunque veo difícil conseguir que haya gente que lea lo que escribo, intentaré molestarme a mí mismo, para así tener la certeza de que mis palabras dicen algo.

Un saludo.

Jorge López.

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