miércoles, 18 de agosto de 2010

Represión (Parte 5)


Dentro del Mercedes, un hombre negro vestido acorde con sus otros dos compañeros encendió el motor, y antes de poner el coche en movimiento, se giró para observar a aquel inglés de piel blanca y cabello de zanahoria. Lo analizó de arriba abajo, y a Mr. Johnson le pareció notar que aquellos ojos oscuros se paraban más tiempo de la cuenta en ciertas partes del cuerpo a las que hoy en día, y por circunstancias de la vida, sólo él tenía acceso. Finalmente sus miradas coincidieron, y el conductor, a quien su color de piel le servía para esconder el rubor, advirtió que el rostro del gringo sí se enrojecía, adaptando la misma tonalidad que la de su cabello engominado, lo cual le produjo una carcajada bien sonora. Sus otros dos compañeros, sentados cada uno a un lado de nuestro protagonista, acabaron diciéndole algo en un francés de tono airado. Mr. Johnson no logró adivinar qué, pero por el repentino cambio de comportamiento del conductor, supuso que le habían llamado la atención.


El coche empezó a moverse, salió del aeropuerto, y en unos pocos minutos Mr. Johnson se vio en medio de una telaraña de carreteras que no conocía y que por tanto, no podía retener en su mente. Sabía que se dirigían al centro de París, pues así había quedado acordado, pero no sabía el lugar exacto, y ello le desesperaba, aunque no más que sentirse rodeado por personajes tan extraños. ¿Se vestirían así por pura extravagancia, o es que todos los súbditos de ese ricachón tenían que parecer espías de una película de James Bond? En ese momento Mr. Johnson se imaginó a la secretaria con la que había hablado con ese tipo de indumentaria (incluidas las gafas de sol pegadas a los ojos). Desconocía toda parte del físico de aquella joven, pero había escuchado su voz en varias ocasiones y por Dios que debía ser una francesita bien linda. Le ponía cabello ondulado hasta tres cuartos de espalda, unos ojos castaños bien grandes, unos finos labios, una estatura no más de un metro sesenta y cinco y muchas otras cosas que la convertían en una pequeña belleza gala.


De repente, y cogiendo a Mr. Johnson en medio de aquella tarea de creación escultórica mental, el vehículo se detuvo y el conductor apagó el motor. La mujer invitó a salir al inglés por su lado, y cuando éste por fin se vio fuera del Mercedes, advirtió que se encontraba frente a una de las piezas clave del entramado cultural de París y del puzle de la Historia artística de nuestro mundo. Mr. Johnson se encontraba ante el Museo del Louvre.


- Monsieur Mahimouhmi le espera allí –dijo el hombre negro-.

- ¿Pero cómo narices quieren que lo encuentre? Recuerden que, apartando el irrelevante detalle de las dimensiones de este lugar, nunca se me ha enseñado una foto de su jefe. –contestó nuestro protagonista valientemente-.


- No se preocupe, Monsieur Johnson: él le encontrará antes de que usted empiece a buscarlo –detalló la mujer, con una leve sonrisa-.


- Sí, seguro, bonito detalle… Gracias de todas formas.

Mr. Johnson se dirigió hacia la entrada del museo, pagó por un tique de adulto, y accedió. No habían pasado aun cinco minutos cuando empezó a sentir una extraña presencia entre todos aquellos turistas. Se giró, pero no pudo advertir que a treinta y siete metros y medio de distancia un hombre de pelo blanco, pantalones cortos, camisa de flores, una cámara colgando del cuello y una foto en su mano izquierda acababa de descubrir su presencia en aquel lugar.


Daba comienzo el juego.
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Imagen: Louvre, de Adolfo Hernández

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