Esa noche soñó que volvía a tener once años. Su padre y su madre, vivos de nuevo, se encontraban mirando la televisión. Ella estaba en la cama, les escuchaba hablar. En realidad, no sólo tenía once años; tenía once años y diez días, y el sueño constituía la revivencia de la noche anterior al accidente que sufrió su padre y que le causó la muerte, y ya de paso, la desestructuración familiar.
En la televisión retransmitían el telediario de la primera cadena. Anunciaban fuertes lluvias para los días siguientes, pero eso no era preocupante, porque papá conducía muy bien. Su madre bromeaba exigiendo al futuro viajante que pusiera unas botas y un chubasquero al coche, a lo cual el hombre respondía con un “¡no seas tonta, María!”, y se les escuchaba reír.
Desde la cama, la pequeña se mantenía al tanto de la conversación conyugal con la intención de percatarse de cualquier secreto que sus padres pudieran aprovechar para decirse entre ellos una vez asentada la calma nocturna en el hogar. A veces había podido robar unas cuantas palabras, o unos cuantos sonidos, o unos cuantos aullidos lanzados descuidadamente al aire; lo suficiente como para saber que lo había conseguido; la cazadora había cazado a la presa que al día siguiente utilizaría como rehén para que su papá le explicara el por qué de esa actitud y de esos susurros después de enviarla a dormir la noche anterior. Pero su papá se iba al día siguiente, y no volvería hasta la semana siguiente. Una larga, muy larga, demasiado larga semana.
Sus ojos fijos en la pared observando el juego de sombras producido por la tenue luz y el ir y venir de sus padres, que ya se disponían a acostarse; y sus manos, agarradas (o mejor dicho, pegadas) a la manta que cubría su menudo y flacucho cuerpo hasta el cuello. La mirada de su madre se posa sobre la niña habiendo encontrado un breve espacio por la puerta entornada, pero la niña se hace la dormida. La madre se da cuenta y le dice que haga el favor de dormirse de una vez, pues sino al día siguiente no habrá quien la despierte.
Sólo era una cría. Sólo un leve suspiro haciéndose paso entre ráfagas de viento. Una pizca de inocencia en el escaparate de la vida. Y sin embargo, dejó de serlo con once años y once días, cuando, ya pasada la media noche la cazadora oyó a su madre romperse.
Las paredes lloraban. El suelo temblaba.
Su padre moría.
Papá conducía muy bien, pero los superhéroes no existen. Sucedió en la Carretera N-II, dirección Madrid. Había llegado a Zaragoza sobre las diez de una mañana aguada, y había llamado a casa desde una cabina (¿cómo son las cabinas en Zaragoza, mamá? Iguales, las cabinas son siempre iguales para que la gente las reconozca…). Tenía una reunión, después de la cual debía comer, descansar y partir hacia Madrid, donde cogería fuerzas para, a la mañana siguiente, estar presente en otra reunión. Y así, debía pasarse la semana: de sala de juntas en sala de juntas. Seis días después volvería a casa, iría a recoger a su hija al colegio y darle una sorpresa. Le traería una cajita de aquellos dulces maños llamados tortas del alma que, de camino a Zaragoza, había adquirido en Teruel (y cuya existencia era conocida por los restos del cartón de la caja que habían permanecido en el automóvil después del accidente).
Sin embargo, la botella de whisky añejo (cincuenta años; una joya de la corona) que conducía un Seat Ibiza azul el sexto día de septiembre de 1985 a la altura de Torremocha del Campo (cercano a Sin[ver]güenza) de camino a Madrid provocó el pronto retorno de papá a la ciudad, al mismo tiempo que su marcha para siempre.
Con la despedida repentina de su padre (a la vez que superpoblación de fotos suyas por todas las partes de la casa), la viuda cayó en la egoísta depresión producida por la idea de que ya no queda nada en la vida que a una le pueda satisfacer. Una niña que muy pronto tendría su primera menstruación cayó en la indiferencia de quien debiera ayudarla a recordar olvidando. Ella nunca culpó a su madre, pero supo desde que su madurez le permitió meditar sobre el pasado que ella nunca hubiese permitido todo lo que ocurrió ex post. Quizás, su padre hubiese dicho “tortas del alma se comen, no se dan”.
Cuando la niña contaba con unos trece años, y su madre con una vida totalmente dependiente de ciertos fármacos que venía tomándose desde dos años atrás y que la anulaban más, si cabe, que la muerte de su marido, apareció un día un hombre alto, delgado y bien vestido. Las arrugas de su rostro lo definían como un cuarentón, y su bigote bien arreglado a juego con sus camisas y trajes le hacía parecer ciertamente un sujeto nada desprovisto de capital.
Dicho sujeto, que vino con un libro bajo el brazo (libro que a cualquier niño casi adolescente le hubiese parecido grueso en demasía y, pongámosle rima, rico en porquería) y una buena ración de labia, convenció a su madre de que representaba la salvación de su existencia, y en tanto que elemento salvador, debía sacar partido de todo cuanto pudiera de lo que había sido un hogar.
La lógica exclama: ¡Claro que no se lo dijo así! ¡Fueron meses de duro trabajo de convencimiento por parte del hombre alto!
Pero para cuando la joven cumplió los catorce años, él ya dormía en la habitación de invitados –y copulaba en varias camas-.
Escribes muy bien. Me gusta tu blog. Yo también escribí una historia de una prostituta, aunque no la he subido al blog. Quizá algún día me decida.
ResponderEliminarBesos de pantera.
Gracias por pasarte por mi casa y como regalo de bienvenida un poema de Carlos Marzal en mi voz, pincha en:
ResponderEliminarpluscuamperfecto de futuro
Veo que tienes mucho para leer, volveré con más tiempo, no es cuestión de empezar por la tercera parte de tu historia.
Saludos
Te conozco desde hace años Jorgecito... pero JODER, con perdón, cada día me sorprende más tu soltura y calidad literaria. Nobokov no es ruso, es vilasareño! ;-)
ResponderEliminarMenudo lío con tu link! resulta que en mi lista ponía que hacia 4 semanas que no escribías (me ha extrañado mucho), y resulta que has cambiado el nombre del blog y tal... la verdad es que te está quedando chulo.
Problemas con el interliniado quizá....???? ayer me puse frito con mi post! leí que es mejor pasar el texto desde el office al bloc de notas y de ahí al blogger.
un abrazo crack!