El reloj de la sala de espera marcaba las doce de la noche. Las agujas se habían movido lentas, muy lentas durante las cerca de cuatro horas que sus glúteos habían estado aplastados contra la silla (salvando ratos en que los nervios o el ansia por fumar la habían hecho levantarse y deambular por los pasillos o ir a los lavabos para encenderse un cigarrillo a escondidas). La niña había entrado totalmente inconsciente al hospital, y todo apuntaba a una posible perforación de algún órgano. “La cosa no pinta bien”, había dicho uno de los enfermeros de la ambulancia.
Durante todo aquel cúmulo de minutos de soledad Ella pensó en qué hubiera sucedido si en vez de darle tantas vueltas, se hubiera decidido antes a ir y hablar con la joven. Quizás eso hubiese alterado el resultado por el que ahora estaba donde estaba. ¿A caso aquel chiflado se hubiera atrevido a atacar sabiendo que alguien más estaba allí, mirándole cara a cara y teniéndole en cuenta como alguien diferenciado dentro de toda aquella multitud? Nada de lo que había ocurrido era culpa suya, pero su inocencia no eximía a su conciencia de reflexiones bañadas de sentimientos contradictorios y de una ofuscación total. ¿Por qué coño me meto donde no me llaman? ¿Por qué coño soy tan desgraciada?, se preguntaba reiteradamente.
A las doce y cuarto una especie de fantasma blanco se acercó a ella con sigilo y calma. Era una mujer de unos cincuenta años, de pelo castaño y ojos oscuros, bajo los cuales asomaban unas ojeras disimuladas con algo de maquillaje. Su piel estaba bastante poblada de arrugas, pero en absoluto le sentaban mal.
- Buenas tardes. Soy la doctora Sanchís ¿Es usted quien ha acompañado a Patricia?
Se llamaba Patricia. Al menos ya sabía algo más.
- Sí, sí… Soy yo… ¿Cómo está?
- Bueno, esa pregunta tiene dos respuestas. Ahora mismo está estable, pero la penetración del cuchillo le ha causado daños de perfil serio. Le hemos hecho una laparotomía exploratoria, ya que nos temíamos que existía gravedad en la lesión abdominal, y hemos visto que básicamente el daño se ha producido en el estómago, en su parte inferior. Eso quiere decir que en cierta manera ha tenido suerte, ya que el colon no ha sido dañado. Aun así ha sido una puñalada acertada, y en eso no hemos tenido suerte. El estómago ha sangrado, y hemos tenido que intubarla. Tendrá que estar así unos días. Mañana veremos su evolución, y si no hay complicaciones quizás en unos diez días ya pueda salir de aquí.
- Muchas gracias doctora. –se apresuró a decir Ella con voz entrecortada-.
- La niña es menor. ¿Es usted su madre?
A Ella le cogió por sorpresa esa pregunta. De repente se veía acorralada por la burocracia de la sanidad. ¿Y si en realidad la joven no quería saber nada de su familia? Tuvo que formular su respuesta en unas décimas de segundo.
- Si, sí, yo soy su madre. Dio la coincidencia de que iba a buscarla cuando… –Quiso que al menos su mentira no fuera tan mentirosa-.
- Tranquila, no se preocupe… Ahora mismo su hija está dormida. Probablemente no se despertará hasta mañana por la noche, y aun así estará bastante grogui. Trate de explicarle lo sucedido cuando esté algo más despierta, dentro de unos días.
- Sí, será lo mejor…
Hubieron diez segundos de profundo silencio. La doctora la miraba como quien quiere contar algo más pero no sabe cómo hacerlo.
- Señora… - la doctora la miró con una tez muy seria. Demasiado.-
- Lo que me ha explicado no es lo único de lo que quiere hablar, ¿verdad?
La doctora movió la cabeza hacia los lados, como si la palabra “no” le fuese a hacer daño al decirla.
- Creemos saber cuál es el motivo de el ataque recibido por su hija. Podría tener que ver con un acto de venganza.
- ¿Perdone? –Ella no conocía a aquella joven. En ese preciso instante, en ese hospital, era su hija. Pero unas horas antes era sólo una puta jovencita y solitaria, y era previsible que así siguiera cuando todo esto acabara, pese a que Ella así no lo quisiera-
- Señora, su hija llevaba un kilo de cocaína en el bolso. Como usted comprenderá, y aunque haya pasado todo lo que ha pasado, el hospital debe denunciar los hechos. Como ya se imagina, un kilo de droga no constituye una cantidad de consumo propio…
- Lo que me ha explicado no es lo único de lo que quiere hablar, ¿verdad?
La doctora movió la cabeza hacia los lados, como si la palabra “no” le fuese a hacer daño al decirla.
- Creemos saber cuál es el motivo de el ataque recibido por su hija. Podría tener que ver con un acto de venganza.
- ¿Perdone? –Ella no conocía a aquella joven. En ese preciso instante, en ese hospital, era su hija. Pero unas horas antes era sólo una puta jovencita y solitaria, y era previsible que así siguiera cuando todo esto acabara, pese a que Ella así no lo quisiera-
- Señora, su hija llevaba un kilo de cocaína en el bolso. Como usted comprenderá, y aunque haya pasado todo lo que ha pasado, el hospital debe denunciar los hechos. Como ya se imagina, un kilo de droga no constituye una cantidad de consumo propio…
- ¿Cómo? ¿Un kilo? – Se sentó de nuevo en la silla, apoyando los codos en las rodillas, y la cara en sus manos. Como parecía, cuando una cosa va mal, aun puede ir peor. Muchas prostitutas sufren lesiones sin razón alguna, pero ese no era el caso, o al menos todo apuntaba a eso. Ahora resulta que la niña, además de prostituta menor, era una mula. Volvió a levantarse, y miró a la mujer de bata blanca. – Le suplico que aun no procedan con la denuncia. Por favor, deje que la niña se despierte. Estoy desesperada, y necesito saber qué está pasando aquí, algo que sinceramente se haría mucho más difícil si ustedes dejan entrar a la policía aquí. Hágame el favor, sólo le pido un día, como mucho dos.
- Señora, no puedo hacer eso. Lo siento mucho por usted, porque me pongo en su piel y lo que debe estar pasando es horroroso. Pero póngase en la mía usted; ni si quiera sé si son usted o su marido los que pudieran estar obligando a su hija a vender droga.
- Usted no se pone en mi lugar, -respondió Ella tajantemente-, porque si lo hiciera vería bastante claro que en la situación en la que mi hija está, lo menos conveniente es denunciar a la policía algo más que el propio ataque.
- Usted no se pone en mi lugar, -respondió Ella tajantemente-, porque si lo hiciera vería bastante claro que en la situación en la que mi hija está, lo menos conveniente es denunciar a la policía algo más que el propio ataque.
La doctora vaciló unos segundos, y Ella se dio cuenta de que la mujer se encontraba en una lucha interior entre su profesionalidad y su sentido común. Finalmente habló.
- Mire, esto no debería hacerlo, pero entiendo su postura. Haremos ver que aun no hemos descubierto la cocaína. Eso sí, con una condición: cuando hable usted con su hija, debe de haber algún facultativo en la sala.
Aquella condición que para una madre de verdad hubiera sabido a gloria, a Ella le supuso un gran mazazo. No era su madre, y cualquier persona que escuchara alguna conversación entre las dos no tardaría en advertirlo. Sólo sería necesario que la joven abriera su boca un par de veces para que ella misma se cavara su propia tumba.
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