La doctora le había recomendado dejar que la joven guardara reposo, pero Ella sabía que no podría hacerlo. Necesitaba la complicidad de la chica, y sólo había una manera de conseguirla. Ahora que no había nadie con ellas, ahora que ningún facultativo iba a pasar por allí hasta el día siguiente, salvo que hubiese alguna complicación, era el momento de intentar hacer algo. Debía intentar despertarla y mantenerla, aunque fuera por unos segundos, con los ojos abiertos y la conciencia algo despejada. Sabía que era poco probable que una persona bajo los efectos de la anestesia y de los calmantes escapara del sueño así como así, y en caso de hacerlo, aun era más difícil que después recordara algo. Por eso Ella decidió que debía ser algo brusca en el método, pues era la única forma de que la joven retuviese algo en su cabeza cuando despertase totalmente de aquel letargo.
Ella se acercó al cuerpo de la chica poco a poco. No podía ignorar que tenía miedo, a la vez que un cierto remordimiento de conciencia: por culpa de lo que estaba dispuesta a hacer en unos instantes las constantes de la joven podían verse alteradas, y en su estado eso no era en absoluto recomendable. Pero pensó que esos malos modos sólo formaban un instrumento para evitar algo aun peor. Aquella adolescente había sido apuñalada en la calle mientras ejercía la prostitución (probablemente obligada por ciertas circunstancias que en ningún caso debían de ser buenas) y portaba consigo nada más y nada menos que un kilo de cocaína, por lo cual, a no ser que diera una explicación que la eximiera completamente, iba a ser juzgada y condenada. Por cierto, tampoco podía olvidarse de que prostituirse en la calle también constituía un delito.
Ella se acercó al cuerpo de la chica poco a poco. No podía ignorar que tenía miedo, a la vez que un cierto remordimiento de conciencia: por culpa de lo que estaba dispuesta a hacer en unos instantes las constantes de la joven podían verse alteradas, y en su estado eso no era en absoluto recomendable. Pero pensó que esos malos modos sólo formaban un instrumento para evitar algo aun peor. Aquella adolescente había sido apuñalada en la calle mientras ejercía la prostitución (probablemente obligada por ciertas circunstancias que en ningún caso debían de ser buenas) y portaba consigo nada más y nada menos que un kilo de cocaína, por lo cual, a no ser que diera una explicación que la eximiera completamente, iba a ser juzgada y condenada. Por cierto, tampoco podía olvidarse de que prostituirse en la calle también constituía un delito.
Acercó las manos al cuerpo tumbado en la camilla. Le tocó los brazos, y sintió el frío de su piel. Aquel rostro de pinceladas tan sumamente femeninas se veía aplastado por una palidez profunda que disfrazaba a todo aquel cuerpo adolescente como si éste fuera el cuerpo de una muerta. Pero pese a todo lo sucedido, pensó Ella, la joven seguía conservando su belleza. Cuando se acercó más a ella, se dio cuenta de que aquella chica no podía superar la edad de dieciséis años, y si a caso lo hacía, parecía realmente una cría –lo cual, por supuesto, era un aliciente a favor de alguien que ejercía la prostitución, dado que la demanda mayoritaria era la de chicas jóvenes, que parecieran menores o puras-.
Ella se dejó de cavilaciones, y planeó lo que iba a hacer: la zarandearía poco a poco al principio, y si veía que ello no servía de nada, empezaría a hacerlo cada vez más fuerte. Si la joven se despertaba, seguiría zarandeándola durante algo más de tiempo, para evitar que volviera a sucumbir al sueño, y mientras le diría lo que le tenía que decir. Era la única posibilidad de lanzarle un mensaje y que ella lo recibiera y lo retuviera.
Así que Ella, situada en el lado derecho del cuerpo estirado boca arriba, agarró con sus manos el brazo izquierdo que se hallaba muerto en la camilla, y empezó a tirar de él hacia sí misma y a volver a dejarlo en su sitio. Era un movimiento seguido que debía empezar lento y al que con el paso de los segundos debía imprimírsele más velocidad.
Mientras intentaba que aquel plan diese algún fruto, pensaba en las palabras que debía pronunciar si finalmente la chica se despertaba –aunque por ahora sus ojos seguían cerrados-. Al mismo tiempo, miraba a todas partes en un intento de controlar la situación.
La joven no daba señales, y Ella intentó mover su cuerpo con más brusquedad, pero parecía imposible conseguir algo. Empezaba a sentirse algo cansada, como cuando llegaba el final de una sesión donde, por algún motivo, había acabado acompañando a su cliente con su propio placer orgásmico. Llevaba diez minutos sin parar de zarandear el ligero cuerpo de la chica, que en esa situación se hacía bastante pesado. Las gotas de sudor empezaron a descender desde su frente, y cada segundo que pasaba era un motivo más para cabrearse y tener ganas de gritar, de sacar la rabia que tenía dentro causada por la impotencia.
- Por favor, por favor, sólo te pido veinte segundos…. Por favor, despierta…. – empezó a decir Ella en voz alta, como imaginándose que con ello conseguiría algo. La rabia interior se expandió cual metástasis en un enfermo de cáncer, y sus manos empezaron a agarrar tan fuerte el brazo de la chica que éste empezó a quedar teñido de color rojo. Sus zarandeos se hicieron tan fuertes que en uno de ellos tuvo que aguantar el cuerpo dormido para evitar que cayera al suelo. Debía contenerse: no quería que sus heridas empeorasen. Notó una lágrima cayendo rostro abajo, y se dio cuenta de que ya hacía un buen rato que estaba llorando.
- Por favor te lo pido… Dios mío, ¡despiértate joder! ¡Maldita seas! –chilló Ella. Fue un grito ahogado, seco-.
Dejó de intentarlo. Se apoyó en un costado de la camilla, y dejó correr el llanto. No tenía nada que ver con esa chiquilla, y ni si quiera tenía por qué estar ahí. Sin embargo, sollozaba y gemía como si hubiese tenido algún ser querido y éste hubiese muerto. Lloraba como una hija lloraría la muerte de una madre, o como una madre lloraría la muerte de una hija.
De repente, notó que algo le había golpeado a la altura del cóccix. Giró su cabeza, y lo único que vio fue el cuerpo inmóvil que Ella había intentado despertar minutos antes. Se levantó y fue a salir de allí, cuando escuchó por detrás una respiración que se iba haciendo cada vez más fuerte. Se acercó de nuevo hacia la camilla y observó que la joven hacía un intento por seguir respirando. ¡Se estaba asfixiando! Con el sentimiento de asfixia los ojos de la chica se abrieron súbitamente. Ella estaba desconcertada, todo parecía irreal, fruto de una pesadilla.
- ¡Tranquila, voy a llamar a un médico! – Volvió su cuerpo con la intención de salir corriendo en busca de alguien, pero algo se le pasó por la cabeza. Era el único momento que tendría para hablarle. Se volvió de nuevo hacia la cama, y dejando sólo unos treinta centímetros entre sus cabezas le habló- ¡Acuérdate de lo que te voy a decir ahora! ¡En este hospital soy tu madre! ¿Me entiendes? ¡Te sacaré de ésta, pero debes acordarte de que aquí soy tu madre!- Alzó la voz tanto como pudo. Necesitaba que el mensaje fuese claro, conciso. Luego salió corriendo para pedir ayuda. Los ojos de la chica la habían traspasado como navajas. Parecían estar pidiendo que alguien la rescatase, que la cogiesen de las manos y la sacaran del fondo del mar en el que su vida se encontraba inmersa. Ni si quiero parpadeó; era como si estuviera gastando todas sus fuerzas en dar bocanadas de aire que le eran inútiles.
A las ocho de la mañana sonó el despertador. Los médicos le habían aconsejado que se fuera a su casa y que descansara. “De todas maneras su hija no se despertará hasta mañana por la tarde o por la noche”, le dijo un enfermero de tez afable. No durmió demasiado, lo suficiente como para reponer fuerzas. Pensó que ese sería su segundo día seguido de trabajo perdido, y ello no contribuía precisamente a llamar a la calma, sino todo lo contrario. Por eso decidió hacer al menos un par de servicios durante esa mañana y ese mediodía, antes de volver al hospital. “¿Y si se despierta antes? ¿Y si sus padres han denunciado su desaparición y la policía daba con su paradero?”, se preguntó en un instante de reflexión matinal. Pero en seguida se dio cuenta de que hiciera lo que hiciera, en esos momentos su vida estaba llena de preguntas cuyas respuestas no iba a encontrar cuando ella quisiera.
A las siete de la tarde, Ella volvió al hospital. Le dijeron que la chica se encontraba estable, lo cual la tranquilizó sobremanera.
A las nueve y media de la noche, Ella pensaba en la serie de locuras que había estado cometiendo durante esos días. Quizás Conchita tenía razón. Quizás hubiese sido mejor dejarlo todo y no intentar hablar de nuevo con aquella joven a la que ni si quiera conocía. Estaba cansada, y el sueño le iba venciendo a ratos. Sus párpados empezaron a caer pesadamente. Estaba sentada al lado de la cama, y apoyó la cabeza sobre sus brazos. La realidad fue mezclándose con la imaginación de los sueños. Escuchaba una respiración, y se imaginó que era la suya propia, aunque no la sentía como tal. Escuchó el ruido de un cuerpo moviéndose lentamente sobre un colchón, y se imaginó que lo hacía ella misma, aunque no estuviera en una cama. Escuchó una voz que se esforzaba por decir algo, y se imaginó a sí misma intentando pronunciar una palabra, aunque no lo estuviera haciendo. Y escuchó un pequeño susurro que contenía la palabra “mamá”…
Se despertó de repente, y vio a la joven mirándola, haciendo un esfuerzo por abrir los ojos.
- Mamá… -Volvió a repetir como pudo-.
Entonces se dio cuenta de que lo había conseguido. Podría ayudarla.
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Primera Imagen: Silencio Hospital, Juan Manuel Tardivo.
Segunda Imagen: Lágrima, Jimena Cádiz Herrera.
Tercera Imagen: El cementerio de las palabras, Ricard Ramón Camps.
Hola, Jorge. Gracias por tu visita a mi blog. Leeré el tuyo más detenidamente en otra ocasión, pues ahora estoy redactando nuevo post.
ResponderEliminarEs importante que te avise de que hay alguien que se hace pasar por mí, con el mismo nick, avatar y nombre de blog.
Se dedica a visitar a quienes me comentan diciéndoles que no vuelvan a hacerlo.
Evidentemente, nunca te diré algo semejante, ni mucho menos te insultaré, algo que también suele hacer para echarme mala fama.
He leído esta carta y me ha gustado mucho.
No he leído la obra de Larsson, pero todo lo que escribes sobre esta temática me recuerda a su aureora, por lo que cuentan ;-)
ResponderEliminarun abrazo Giorgio!
Leona catalana dijo...
ResponderEliminarHola, Jorge.
La tal Nuria Broker y decenas de nicks más -incluído el mío por usurpación-, es una psicópata que me odia a muerte y está empeñada en hacerme desaparecer, no sólo de la red, sino del mundo de los vivos.
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Bien, vamos a aclarar conceptos.
El rifirrafe empezo hace años. En el 2006, Teresa Coscojuela, con nick Leona Catalana, inició una demanda judicial contra mí en un Juzgado de Barcelona, por "insultos".
Hubo otro bloguero que la amenazó de muerte y Teresa también presentó, como era de esperar, una demanda contra ese bloguero.
Yo jamás he amenazado de muerte a Leona, dios me
libre, pero lo que si quiero es que Leona me pida públicamente disculpas por el daño que me hizo hace cuatro años.
Hasta que no pida públicamente disculpas,
la perseguiré por toda la red, y comunicaré a sus lectores que no entren en el blog de esa ramera.
¿que porqué digo ramera?. Eso te lo explicaré en
otro comentario. Por cierto, la demanda fue desestimada.
Saludos cordiales
Javi: Dios te oiga jejejej
ResponderEliminarNuria: gracias por tus aclaraciones al respecto. Realmente a uno no le gusta que entren en su propio blog para decirle qué blogs tiene que visitar y qué otros no. Por tanto, y como no os conozco a ninguna de las dos, y en tanto que estoy en todo mi derecho, permíteme que siga visitando los espacios de la red que yo guste, hasta que éstos me disgusten a MÍ personalmente. Gracias por tu comentario.
Hola compañero. Me ha encantado este post.
ResponderEliminar¿Tiene continuación? Como soy nueva en tu pequeño mundo no se si ya habías escrito otras partes. Pero me encanta, de verdad.
Seguiré pasando :)
gracias por tus comentarios!
un saludo.