Lo tengo decidido: voy a llevar a juicio a mi mujer. Y no, no voy a cambiar de opinión ni aunque todos los abogados del mejor bufete del mundo se empeñen en convencerme de que tirar la esponja del cónyuge por la ventanilla que da al patio de luces no es ni si quiera una falta. ¡No! ¡Quiero justicia para mi esponja! ¡Quiero que se reconozca la atrocidad cometida con ella, y por supuesto, quiero que se me indemnice por el conjunto de daños y perjuicios que se me han producido, en primer lugar, al verla caer desde un séptimo piso golpeándose contra cables y paredes, y en segundo lugar, por haber perdido al único elemento capaz de darme esos frotamientos por las partes más recónditas de mi cuerpo sin quejarse de mi higiene, sin poner excusas, y sin repetirme noche tras noche lo fofo que me estoy poniendo.
lunes, 1 de marzo de 2010
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A veces no pensamos que esas esponjas hay que cambiarlas de vez en cuando jeje
ResponderEliminarAyyy, bendita esponja querido Jorge, jaja!!! Sí, la pobre no merecía un fin tan impío, pero ya se sabe cómo somos las mujeres: que si está llena de gémenes más que patógenos, que si ya tiene mal color, que si la tiro por la ventana porque me sale del...En fin...la historia de siempre...Un besito y feliz finde, chavaloteee!!
ResponderEliminarMuy buenooooo!!!!!!!!!!!!
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