miércoles, 6 de octubre de 2010

Represión (parte 6)



El hombre observaba a Mr. Johnson y de nuevo dirigía su atención hacia la fotografía, asegurándose de estar ante la persona que esperaba. Redujo aquellos treinta y siete metros y medio de distancia a unos veinte. En efecto, era él. Pocos cabellos de ese fuerte naranja había visto por allí. Se acercó aun más, hasta que finalmente podía incluso tocarlo si extendía cualquiera de sus brazos. Pero Mr. Johnson parecía estar atendiendo a otros acontecimientos. El hombre esperó a que finalmente aquel británico se diera la vuelta y reparara en su presencia.


Mr. Johnson había paseado por los pasillos de aquel paraíso cuando contaba con diez años, así que le era difícil recordar algo que le impulsara a optar preferentemente por un ala u otra de aquel gigantesco palacio de más de ochocientos años. Andaba confuso: todos los acontecimientos ocurridos desde que aterrizare el avión parecían ser fruto de una conspiración bromista de mal gusto contra él. Al menos, eso es lo que, llegado al punto en el que estaba, deseaba nuestro protagonista, en tanto que la única opción restante que se le ocurría era la de su secuestro, cosa que no le hacía gracia alguna. Caminaba lento, observando a su alrededor, pero no veía nada fuera de lugar: turistas con gorra y chubasquero (típico atuendo para extranjeros en París) que pasaban los detectores de la entrada, guías introduciendo a grupos de viajeros en el mundo del arte y pretendiendo que éstos se acordaran de algo más que de la Gioconda tras la visita, niños persiguiéndose entre sí e ignorando las reprimendas de sus padres, o algunos vigilantes de seguridad estáticos y aburridos que, al igual que él, se dedicaban a observar el entorno en busca de alguna falta o imprudencia con que entretenerse. Mr. Johnson supuso que debía seguir su arbitrario camino, pero cuando todo su cuerpo tenía la intención de emprender la marcha, sus ojos creyeron dar fe de que, en efecto, París era la ciudad mágica. Y la culpa la tenía una joven belleza francesa de cabello castaño y ojos verdosos que pasó por su derecha con un micrófono en mano y un rebaño de afortunados visitantes que la seguían probablemente por el efecto hipnótico del vaivén de sus caderas, y no por cualquier otro motivo. Sí, por un momento su mirada quiso separarse del resto de su cuerpo y adentrarse por todos los descubiertos que la camisa y la falda de aquella muchacha ofrecían. Y tal era la inhibición a la que el resto de su ser se hallaba sometido, que Mr. Johnson fue a chocar de frente contra un hombre, al que tiró al suelo junto a su cámara de fotos y algunos papeles que llevaba. Su cabello era del color de la nieve –aunque él no aparentaba la misma edad que su pelo-, y vestía una camisa floreada y unos pantalones cortos.


- ¡Per, perdóneme! ¡Excusez-moi! –dijo Mr. Johnson visiblemente preocupado-. ¿Habla, habla usted inglés? Je ne parle pas français. Je ne se pas… Ça va… Ça va bien?
- No se preocupe Monsieur Johnson. Me compensa su presencia aquí. Por fin nos vemos las caras –le contestó aquel desconocido, o no tan desconocido, con un inglés afrancesado correcto, pero pasteloso-. Por supuesto, sabrá quién soy, ¿no? – preguntó el hombre aun en el suelo, tendiéndole la mano-.
- Sí… Esto… Sí, creo saber quién es usted – respondió Mr. Johnson ofreciéndole su palma derecha para ayudarle a levantarse-.
- ¡Ha ha ha ha! Bien, esa respuesta me ha gustado. En realidad es la respuesta más adecuada. Ciertamente, cree saber, aunque aún no sabe nada. Monsieur Johnson, ¿le apetece un café?




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Imagen: Cèst la vie en Paris, de Yanitze Zarraga

martes, 14 de septiembre de 2010

Versos muertos


Se encendió la luz
en el cementerio de sus ideas,
y alumbradas las cruces de los muertos
sintió cómo éstos regalaban
un momento mágico anhelado
al caminar hacia él.

Sintió cómo la muerte ofrecía poesía,
cómo la muerte era poesía,
y revivió, entonces, su ansia por fallecer..

Y estirado en la seca arena de su tumba,
pereció como palabra en verso,
como verso en rima
que lo mece a su merced.




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Imagen: Cementerio, de Juan José Crespo


miércoles, 25 de agosto de 2010

Lágrima (2005)


Déjame que muera en tu boca
y arranque tu sed de ira,
déjame sufrir cayendo rostro abajo
arañando tu mejilla.

Déjame que en esta noche sin estrellas
sea relato de tus penas, resumen de tu vida,
y que en momentos de pesadumbre
me describas blanca cristalina.

Déjame ser yo, ser tú,
ser la cura de tu espina…
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Imagen: Universo em choro, de Maria Augusta Loureiro

miércoles, 18 de agosto de 2010

Represión (Parte 5)


Dentro del Mercedes, un hombre negro vestido acorde con sus otros dos compañeros encendió el motor, y antes de poner el coche en movimiento, se giró para observar a aquel inglés de piel blanca y cabello de zanahoria. Lo analizó de arriba abajo, y a Mr. Johnson le pareció notar que aquellos ojos oscuros se paraban más tiempo de la cuenta en ciertas partes del cuerpo a las que hoy en día, y por circunstancias de la vida, sólo él tenía acceso. Finalmente sus miradas coincidieron, y el conductor, a quien su color de piel le servía para esconder el rubor, advirtió que el rostro del gringo sí se enrojecía, adaptando la misma tonalidad que la de su cabello engominado, lo cual le produjo una carcajada bien sonora. Sus otros dos compañeros, sentados cada uno a un lado de nuestro protagonista, acabaron diciéndole algo en un francés de tono airado. Mr. Johnson no logró adivinar qué, pero por el repentino cambio de comportamiento del conductor, supuso que le habían llamado la atención.


El coche empezó a moverse, salió del aeropuerto, y en unos pocos minutos Mr. Johnson se vio en medio de una telaraña de carreteras que no conocía y que por tanto, no podía retener en su mente. Sabía que se dirigían al centro de París, pues así había quedado acordado, pero no sabía el lugar exacto, y ello le desesperaba, aunque no más que sentirse rodeado por personajes tan extraños. ¿Se vestirían así por pura extravagancia, o es que todos los súbditos de ese ricachón tenían que parecer espías de una película de James Bond? En ese momento Mr. Johnson se imaginó a la secretaria con la que había hablado con ese tipo de indumentaria (incluidas las gafas de sol pegadas a los ojos). Desconocía toda parte del físico de aquella joven, pero había escuchado su voz en varias ocasiones y por Dios que debía ser una francesita bien linda. Le ponía cabello ondulado hasta tres cuartos de espalda, unos ojos castaños bien grandes, unos finos labios, una estatura no más de un metro sesenta y cinco y muchas otras cosas que la convertían en una pequeña belleza gala.


De repente, y cogiendo a Mr. Johnson en medio de aquella tarea de creación escultórica mental, el vehículo se detuvo y el conductor apagó el motor. La mujer invitó a salir al inglés por su lado, y cuando éste por fin se vio fuera del Mercedes, advirtió que se encontraba frente a una de las piezas clave del entramado cultural de París y del puzle de la Historia artística de nuestro mundo. Mr. Johnson se encontraba ante el Museo del Louvre.


- Monsieur Mahimouhmi le espera allí –dijo el hombre negro-.

- ¿Pero cómo narices quieren que lo encuentre? Recuerden que, apartando el irrelevante detalle de las dimensiones de este lugar, nunca se me ha enseñado una foto de su jefe. –contestó nuestro protagonista valientemente-.


- No se preocupe, Monsieur Johnson: él le encontrará antes de que usted empiece a buscarlo –detalló la mujer, con una leve sonrisa-.


- Sí, seguro, bonito detalle… Gracias de todas formas.

Mr. Johnson se dirigió hacia la entrada del museo, pagó por un tique de adulto, y accedió. No habían pasado aun cinco minutos cuando empezó a sentir una extraña presencia entre todos aquellos turistas. Se giró, pero no pudo advertir que a treinta y siete metros y medio de distancia un hombre de pelo blanco, pantalones cortos, camisa de flores, una cámara colgando del cuello y una foto en su mano izquierda acababa de descubrir su presencia en aquel lugar.


Daba comienzo el juego.
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Imagen: Louvre, de Adolfo Hernández

lunes, 16 de agosto de 2010

Arenas Movedizas


Tengo en mi despacho arenas movedizas que me ayudan en mi trabajo. Realmente ellas sólo se dedican a engullir. Pero, ¡cómo engullen! ¡Qué manera de comerse los inacabables informes, las empalagosas sentencias y demás! Ni becarios, ni recién licenciados, ni fichajes estrella me habían quitado nunca tanta faena como ellas. Las tengo resguardadas en una pecera, pero ocasionalmente noto que se sienten estrechas, sobre todo después de trabajar, y entonces las libro de esa condena sacándolas de ahí, esparciéndolas por toda la sala. Luego me acomodo y observo el panorama: es como tener la maqueta de un árido desierto, donde dossiers y carpetas llenas, cual esqueletos de animales muertos de sed, perecen en la soledad del paisaje.


- ¿Pero se puede saber qué narices haces con todo por el suelo lleno de arena? -hay quien me pregunta-.

- Si te lo dijera, no te lo creerías. -suelo responder yo, cuando respondo-.
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Imagen: Arenas Movedizas, de Garikoitz Cuevas

sábado, 14 de agosto de 2010

Represión (parte 4)


Y allí, en un aeropuerto parisino, solo, sin maleta y con el ordenador portátil roto, se encontraba nuestro protagonista maldiciendo en un inglés de boca cerrada a todo lo que le rodeaba. Pero ello no le servía de nada: no existía palabra alguna que tuviera tanta magia como para hacer desaparecer la rabia que aguardaba en su interior. En aquel momento sólo podría ser liberado de aquel sentimiento dando un puñetazo a alguien, opción que, como el lector se imagina, no era viable.


Así que Mr. Johnson, después de cerciorarse mediante varios recorridos en círculo por la zona de que, efectivamente, nadie lo esperaba con uno de esos cartelitos con los que se espera a los grupos de turistas, decidió que debía llamar al teléfono proporcionado por la joven secretaria que le había atendido días antes. Pero antes de ello debía arreglar ciertos asuntos con la madre naturaleza, de manera que buscó unos baños donde poder enfrentarse a las necesidades biológicas.


A Mr. Johnson los franceses no le caían demasiado bien. Los veía personas con un gusto horrible y un acento aun peor. Cuando un francés hablaba parecía que un loro con un hueso de manzana en la boca fuera quien hablara. Y no nos refiramos ya a aquellos franceses que intentaban hablar inglés: aquellos no eran dignos de opinión alguna respecto a sus penosas formas. Mr. Johnson recordaba a su madre diciéndole que nunca se fiera de franceses, italianos y argentinos, pues eran capaces de convencer a cualquiera con un par de frasecitas de pronunciación acaramelada y cantarina. “Pero tú no eres cualquiera, hijo. No te dejes llevar por su tonito encantador, y mantente firme ante ellos”.


Cuando Mr. Johnson salió del baño, observó a un hombre y a una mujer, vestidos de traje negro y con gafas de sol que aguardaban cual porteros en un hotel a la salida de los lavabos. Nuestro hombre pasó ante ellos sin darles más importancia de la que debía dar a una especie de cuerpo de espías mal escondidos, sacó su teléfono móvil y procedió a marcar el número de teléfono que le pondría en contacto con las oficinas de aquel jequempresario. Pero cuando el primer tono de llamada retumbó en su oído izquierdo notó la presencia de una persona a su derecha y de otra a su izquierda.


- Monsieur Johnson? –preguntó la mujer. No parecía mayor-.
- Sí, soy yo. –afirmó el británico con cierto temor-
- Tendrá usted que acompañarnos. Alguien le espera no muy lejos de aquí.


Mr. Johnson calló y siguió los pasos de aquellas dos sombras a las que parecía no ver nadie, excepto él. Salieron de la terminal del aeropuerto, y un Mercedes negro con las lunas tintadas les esperaba.

De repente, Mr. Johnson sintió la necesidad de volver a sentarse en un retrete.
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Imagen: El regreso, de Pío César Robla Álvarez

sábado, 31 de julio de 2010

Represión (Parte 3)


El avión aterrizó en el aeropuerto Charles de Gaulle, situado al noreste de París. No hubo problema alguno durante el vuelo, de manera que, pese al terrorífico accidente acaecido en la cafetería, Mr. Johnson había podido descansar un poco. Él no era de costumbres mediterráneas, pero desde hacía unos años le había cogido cierto gusto a la siesta, y ese día pudo disfrutar de una tan larga como largo era el trayecto.



Se apagaron los motores y el pasaje inició el procedimiento de salida. Mr. Johnson, hombre de peculiares manías, estaba acompañado por la parte más cercana al pasillo central por una adorable ancianita que se mantuvo sentada hasta que el último pasajero (sin contar ellos dos, claro está) hubo salido, provocando que nuestro protagonista fuera víctima de un sofoco que desencadenó en sudores y temblores de piernas. Y es que como ya les he comentado y ahora reitero, nuestro protagonista era un británico muy maníaco que no podía soportar salir el último de cualquier lugar. Se excusaba siempre manteniendo la argumentación de que tenía prisa, pero en realidad la causa de aquella extravagancia era el miedo al vacío a sus espaldas. Mr. Johnson tenía pánico a lo que no podía ver o percibir, ergo, le aterraba la nada.



La anciana se levantó y echó un vistazo al director de laboratorios. Pareció ver que nuestro hombre no se encontraba en su mejor momento.



- Ça va bien, monsieur? –Era francesa-.



Mr. Johnson no tenía ni idea de francés, pero una frase tan común sí la conocía. Intentó disimular explicándole a la señora mediante una sencilla mímica que se encontraba algo mareado, y aguantó el tipo hasta que por fin vio la puerta de salida. Salió del avión y se dirigió a las cintas para recuperar su equipaje. Con el maletín en la mano izquierda y la chaqueta en la derecha se apresuró para acabar con todo aquel paripé cuanto antes. Desde el servicio de secretaría del llamado Monsieur Mahimouhmi le habían garantizado que alguien estaría esperándole a la salida, y otra de las rarezas de nuestro amigo era no hacer esperar nunca a nadie, o dicho de otro modo: ser siempre el primero.



Pero Mr. Johnson no contó con que la vida está llena de pequeñas cosas que se escapan al control de las personas, y cuando hubo llegado a la cinta, hubo esperado media hora, se hubo quejado, se hubo vuelto a quejar y hubo puesto el grito en el cielo, finalmente le comentaron que su maleta se había extraviado.

Para cuando Mr. Johnson salió de allí (sin maleta), ya nadie le esperaba.



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Imagen: El equipaje, de Thelma Leonor Espinal

lunes, 12 de julio de 2010

Represión (Parte 2)


Mr. Johnson era director de una red de laboratorios dedicados a la fabricación de sustancias para la producción de plantas artificiales, y se dirigía hacia la romántica capital francesa, donde un acaudalado parisino descendiente de una familia árabe podrida de dinero y de petróleo se reuniría con él para tratar, según la secretaria de éste, de “ciertos asuntos beneficiosos para ambas partes, pero imposibles de explicar por teléfono”.


Nuestro protagonista, desconfiado y escéptico como pocos, recopiló una cantidad considerable de documentación acerca de aquel tipo (hízose llamar Messier Mahimouhmi), de su actividad profesional, y cómo no, de su familia y su entorno. No descubrió nada fuera de lo normal: ninguna imputación por negocios turbios, ninguna raíz religiosa radical. Sólo pudo constatar la gran fortuna que aquella familia poseía en patrimonio y en potencia. Sin duda, aquello de lo que querría hablar el Sr Mahimouhmi debía ser importante, muy importante. Tan importante que probablemente se traduciría en una gran masa de dinero.


Mr. Johnson, colocado en la segunda fila de la sección VIP del avión, era tipo ambicioso, facultad que había adquirido de su fallecida madre pero que, sin embargo, había aprendido a separar perfectamente de su condición de seminoble. Sabía que el camino para hacerse grande no era el de predicar su posición social: sus padres se habían hartado de hacerlo, y sólo habían conseguido ser ignorados por la plebe y despreciados por la alta sociedad. Él, sin ayuda de nadie, había abierto un sendero machete en mano, haciéndose paso entre las ramas y los matorrales, hasta llegar a la posición en la que estaba. Mr. Johnson era todo un luchador. Pero como a otros muchos les sucede, existían ciertos matices en su forma de ser que, inculcados y adquiridos como algo natural desde su infancia, ya no desaparecerían jamás. Y he ahí la avariciosa ambición, la necesidad de abarcar todo cuanto la mente imagine, aunque la vista no alcance a ver y los brazos no alcancen a abrazar.


Mr. Johnson siempre quería más, y en aquel preciso instante lo único que tenía era un ordenador portátil que no funcionaba.
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Imagen: Buen viaje, de Ramón Ramos

sábado, 10 de julio de 2010

Premio Dardos



Bueno, mi colega bloggera Mayte (http://www.maytedalianegra.blogspot.com/), me ha otorgado este mi primer premio para el blog, lo cual le agradezco mucho. Así que con esto y un bizcocho, me gustaría compartir dicho premio con alguno de los blogs que desde mi punto de vista merecen la pena (sé que probablemente ya lo tendréis, pero si algo es bueno no importa premio dos veces)





Nubiru


Abusos en la infancia ¿Por qué?

Dudas de una Escort

Entre las sombras de la jungla

Mi nombre es alma - El negro de macguffin










jueves, 8 de julio de 2010

REPRESIÓN (Parte 1)



El Señor Johnson entró al avión a las seis horas y treinta y seis minutos. Llevaba como equipaje de mano un maletín de piel en cuyo interior yacía el cadáver de un Toshiba que había muerto de un ataque de cafeína una hora antes en un Starbucks situado en aquella terminal. Y sí, nuestro protagonista conocía perfectamente la intolerancia de los ordenadores respecto a cualquier tipo de fluidos, pero ni habiendo empleado el máximo esfuerzo podría haber evitado que la elefántica nalga izquierda de aquel cuerpo cuya poca movilidad parecía ser llevada por un hombre chocara de pleno con la taza de su capuccino, y que consecuentemente éste quedara derramado sobre la totalidad de su teclado, introduciéndose por todo hueco existente y llegando hasta Dios sabe dónde.


Como podrá el lector comprender, no era aquél un vuelo de los que pudiera catalogarse como “normal”, o “tranquilo”. El Señor Johnson, inglés natural de Trowbridge, estaba enfadado, muy enfadado. Tuvo que sacarle el polvo, como hacía en situaciones similares, a aquellas palabras que su madre le repitió hasta la muerte –tómese lo último en el único sentido en que se puede tomar-: “Hijo, un noble ni llora ni muestra su ira en público. Un noble se traga sus lágrimas y busca en ellas el sabor de la sal que todo cura. Un noble hace una añejada de su ira y la sirve fría, gélida”.


Pero aquella mujer ya criaba malvas, y el Señor Johnson, descendiente de poca monta –como él ya se sabía- de un Barón de tres al cuarto por parte de su padre, ya estaba harto de guardar las apariencias, aquellas por las que su madre habría matado.
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Imagen: Desde el cerco, Pío César Robla Álvarez

viernes, 2 de julio de 2010

Los abusos sexuales en la infancia - Taller con Vicki Bernadet

21/06/2010




Vicki Bernadet entra al local de Hombres Igualitarios como una más. Su pelo corto, en otros tiempos quizás negro puro, pero ahora canoso, refleja la mezcla de duros momentos que esta heroína ha pasado a lo largo de su vida y el nerviosismo que aguarda en su interior. Se nota que es una mujer activa, de aquellas personas que hacen, y hacen, y hacen, y cuando finalmente caen rendidas, piensan entonces en qué van a hacer. No se sienta desde que entra al local hasta que finaliza la charla, y en todo momento se muestra comprensiva con todo tipo de cuestiones que se lanzan para que ella, que no es ni más ni menos que una mujer luchadora, les dé respuesta.


Vicki Bernadet padeció abusos sexuales de pequeña por parte de una persona de su entorno. Ella, como todos/as los/as niños/as y adolescentes que son objeto de abuso, se calló muchos años, ahogando su secreto (palabra muy utilizada por los abusadores para evitar que el niño/a acabe confesando todo) en la soledad, y sufriendo consecuentemente enfermedades psicosomáticas. Es probable que aquella niña de nueve años se sintiera culpable de todo aquello y tuviera pavor a que alguien descubriera lo que ocurría.


¿Qué es el abuso?

La charla da comienzo a las siete de una tarde bañada por el Sol de principios de verano, y veintiuna personas (entre las que se encuentran estudiantes, psicólogos/as, psiquiatras, sociológos/as, etc, pero ante todo, padres, madres, hijos e hijas) ya tienen sus ojos puestos en aquella mujer de apariencia débil, pero de instinto de total superviviente. Vicki Bernadet empieza explicándonos en qué consiste su fundación (www.fbernadet.org), cómo funciona, a quién presta amparo, y cuáles son sus bases, y posteriormente pasa a darnos un folio con siete preguntas a las que, por grupos de dos y tres personas, deberemos dar respuesta. Luego, a partir de esas preguntas se irá desarrollando el taller.


La primera idea que Vicki Bernadet introduce es la de que todos y todas, en algún momento de nuestras vidas, hemos sido abusados. Ella lanza una pregunta: “¿Alguno de vosotros ha padecido abusos?” Todos/as nos sorprendemos, y decimos “No” casi al unísono, incluso mostrando sorpresa por el tono excesivamente directo de sus palabras.. Pero no pensamos en que no sólo existe el abuso sexual infantil, sino que hay muchos otros tipos de abuso a los que probablemente sí hemos estado sometidos a lo largo de nuestras vidas. Hay abuso corporativista cuando entre profesionales colegas se encubren; hay abuso de poder cuando un/a superior se aprovecha de su posición; hay abuso institucional cuando la Administración se convierte en un fuerte al cual es casi imposible acceder con garantías suficientes; hay abuso físico y verbal cuando se comete violencia de género; hay abuso cultural cuando la religión o la tradición imponen puntos que chocan seriamente con los derechos fundamentales de las personas. Así, el término “abuso” se dividiría en un largo etcétera, incluyendo siempre actos que menoscaban la integridad (ya sea física, psicológica o social) de otra persona mediante la vulneración de los derechos de ésta. Pero hablemos del abuso sexual infantil. ¿Cómo definirían ustedes el abuso sexual infantil? Vicki Bernadet lo hace de manera fácil: el abuso sexual infantil no es ni más ni menos que “cuando el/la niño/a es objeto necesario para la satisfacción sexual de terceros”. A lo mismo se refirió, en 1985, el Conseil of Cientifics Affairs of AMA, cuando lo definió como “la utilización del niño por parte de un adulto con la intención de obtener placer sexual o beneficios económicos” (aunque aquí olvidaran que el abuso puede darse entre menores).


Así, y haciendo referencia a lo apuntado entre paréntesis, suele pensarse que para que exista abuso sexual infantil no es necesario que sea un adulto quien busque placer sexual con un menor como instrumento, sino que podría ser un menor de edad más elevada que el abusado, o incluso de la misma edad. Por ello, tal y como explica Vicki Bernadet, se piensa que hay abuso cuando hay una diferencia de edad entre abusador y abusado de cinco años cuando el abusado tiene once o menos años (por tanto, un/a adolescente de dieciséis años puede perfectamente abusar de un niño o niña de once, y un/a niño/a de once puede abusar de otro/a de cinco), o de diez años cuando el/la niño/a abusado/a tiene de once a trece. Esta explicación es relativa, en tanto que puede darse el caso de que exista abuso de un/a adolescente de quince años a un/a niño/a de doce, o de un/a adulto/a de dieciocho años a un/a niño/a de trece, o de tres niños/as de once años a un/a niño/a de su misma edad. Lo que Vicki Bernadet explica es que estas diferencias de edad son reglas que se aplican de forma general para determinar si puede o no haber abusos entre menores, aunque cuando existe coacción, la diferencia de edad deja de importar.

Con todo esto, debemos tener claro lo siguiente:


- Hay abuso sexual infantil:

• Cuando un/a menor de trece años participa activa o pasivamente, dando consentimiento o no dándolo, en actos sexuales como objeto necesario para la satisfacción sexual de otra persona. Aunque generalmente tendremos en cuenta las diferencias de edad de cinco o diez años según si el/la niño/a tiene hasta once años o hasta trece, el Código Penal dice en su artículo 181.2 que “se consideran abusos sexuales no consentidos los que se ejecuten sobre menores de trece años, sobre personas que se hallen privadas de sentido o de cuyo trastorno mental se abusare”. Después de esto, sólo aclarar que en este precepto podría existir un error al hablar de “abusos sexuales no consentidos”, pues todo abuso sexual es no consentido. Probablemente sería más adecuado hablar de “actos sexuales no consentidos”.
Entonces, puede entenderse que en general todo acto sexual que se lleve a cabo con un o una menor de trece años puede constituir el tipo delictivo de abuso sexual, en tanto que, aunque ese menor consienta, su consentimiento no será válido legalmente. Dicho de otra forma: la mayoría de edad legal para mantener relaciones sexuales con otras personas es a partir de los trece años, y por tanto, todo acto sexual llevado a cabo con un/a menor de trece años constituye un tipo delictivo.


• Cuando un menor entre trece y dieciséis años es coaccionado o engañado, sea la diferencia de edad que sea, para ser objeto necesario para la satisfacción sexual de otra persona. Respecto a este caso, el Código Penal, en su artículo 181.3, viene a establecer que se interpone la misma pena, y que por tanto, también se considera abuso sexual, cuando “el consentimiento se obtenga prevaliéndose el responsable de una situación de superioridad manifiesta que coarte la libertad de la víctima”. Y no sólo eso, sino que el mismo Código Penal, en su artículo 183, viene a manifestar la existencia de abusos sexuales cuando el consentimiento se obtenga mediante engaño sobre la víctima de entre trece y dieciséis años.








¿Víctima o cómplice?

Vicki Bernadet ha venido, en definitiva, a darnos unos consejos sobre cómo destapar unos abusos sexuales infantiles, cómo tratar al niño abusado, y cómo intentar prevenir el abuso. Para ello es relevante contestar a una pregunta: ¿El/la niño/a se siente siempre víctima del abuso? Y digo que responder a esta pregunta es relevante dada la tamaña cantidad de niños/as (sobretodo preadolescentes, infantes) que no se sienten víctimas del abuso, sino lo que es peor, cómplices de dicha conducta. En efecto, el/la niño/a suele sentirse culpable, coautor/a de una cosa mal hecha. “Por eso –comenta Vicki Bernadet- lo intenta esconder. Por eso, si se descubre todo, el/la niño/a no se siente liberado, sino pillado/a. Y por eso, muchas veces, cuando el abusado intenta poner distancia y resistencia, el abusador lo amenaza con contarlo para que sus padres lo echen de casa o para que a su mamá le dé un infarto y se muera”.


Ante esta situación, al niño/a muchas veces sólo le queda una salida: aprender a vivir con los abusos. Cuando Vicki Bernadet nos ha sorprendido con la pregunta sobre si habíamos padecido abusos en algún momento de nuestras vidas, casi todos/as hemos respondido negativamente sin pensarlo más de dos segundos. No hemos deparado en la cantidad de veces que nos hemos visto injustamente sometidos, porque al fin y al cabo aprendemos a vivir con ello, a normalizarlo para poder vivir de una forma más tranquila. En efecto, eso es precisamente lo que los niños/as, en su mayoría, hacen: normalizan los abusos sexuales, como si dicha normalización fuera, a su vez y valga la redundancia, normal. Como si fuera la única forma de evitar que algo de consecuencias tan horribles destroce sus vidas (muchos de ellos ni siquiera consideran la posibilidad de contárselo a alguien, dada la posición de cómplice que creen tener, y dada también la cercanía del abusador, que suele ser del entorno familiar). Los abusos son como un plato de lo que a un niño no le gusta y que éste debe comerse para evitar más problemas. Para él llega a ser algo normal que se le obligue a comer ese plato.


¿Cómo ayudar al niño a ser más fuerte para poner trampas al abuso?

No hace falta tener conocimiento de un caso cercano de abusos sexuales infantiles para advertir las graves consecuencias que éstos tienen para un niño. Por ello, hay ciertos puntos referentes a cómo intentar evitar que un niño caiga fácilmente en la telaraña del silencioso abuso, cuya cita creo importante, así como también lo ha creído Vicki Bernadet hoy frente a todos nosotros:


- Si algo hay que podemos hacer de antemano es enseñar a un/a niño/a a decir NO. La negativa de un/a niño/a suele identificarse con la mala educación, con malos modales. Al niño/a no se le enseña a decir que no, sino que se le instruye para someterse a la voluntad del adulto. Da igual que el/la niño/a esté un día enfadado/a, o triste, o cansado/a: el término “no” es poco respetable en su lista de palabras. Sin embargo, tan cierto es esto como que los/las niños/as tienen sus propios derechos. Y no es cuestión de hacer demagogia sobre esto, o preguntarse si es que “al final va a ser que los/las niños/as van a poder hacer lo que les venga en gana”. No. La cuestión es que un/a niño/a tiene derecho a la intimidad de su cuerpo, y es por ello que mientras que a unos/as no les importa que su mamá o su papá les ponga a hacer sus necesidades en un parque delante de los ojos de decenas de personas desconocidas, otros sentirán vergüenza y tendrán derecho a solicitar un sitio algo más privado (aunque la mamá o papá de turno tenga que gastarse 1’5€ en un café o en un paquete de chicles), mientras que unos/as adorarán bañarse con su papá o con su mamá, otros/as preferirán hacerlo privadamente (incluso aprendiendo a bañarse solos más rápido).


- Algo que mantiene íntima relación con lo anterior es cómo se enseña al niño/a que la educación y el contacto carnal son piezas de un mismo elemento. Y es que algo tan arraigado en nuestra sociedad como los dos besos de saludo y de despedida no pueden escaparse a la lista de cosas que debe enseñársele a un/a niño/a. “Hay niños/as – comenta Vicki Bernadet- que van a visitar a su abuelo a una residencia y tienen que dar besos a todas las personas que hay en la sala. A personas que, por su aspecto, o por su deterioro, quizás ni siquiera nosotros se los daríamos” Sin embargo, ¿qué pensarían ustedes si les digo que una gran cantidad de abusos sexuales empiezan por los besos? Es necesario enseñar a un/a niño/a a tener respeto, pero debemos separar la educación del contacto carnal. Un/a niño/a, al igual que un adulto, puede querer o no querer dar besos. Sin embargo, al niño no se le enseña algún otro tipo de saludo (como dar la mano, como decir “buenos días señor”, etc). “Recuerdo que una vez me explicaron –nos cuenta Vicki Bernadet- el caso de una niña, hija de una conocida de una amiga mía. Un día paseaba con su madre y se encontraron a una señora, conocida de la madre. La señora le pidió a la niña que le diera dos besos, y la niña, que no quería, dijo que no le quedaban besos, que se le habían acabado”.


- Todos/as en la infancia tenemos el deseo de realizar solos/as la mayor cantidad posible de actividades o ejercicios. Necesitamos sentirnos autónomos/as, autosuficientes en muchos aspectos. Apenas al año de nacer necesitamos aprender a desplazarnos solos/as; con cinco años queremos atarnos el calzado como hace ya algún amiguito; con diez sentimos la necesidad de no ir acompañados/as al colegio con nuestros/as ascendientes, y así un largo etcétera. “Un/a niño/a autosuficiente es un niño más seguro de sí mismo, y la seguridad es una barrera más que puede ponerse frente a la posibilidad de que existan abusos.”, comenta Vicki Bernadet.


¿Qué hacer frente a un/a niño/a abusado/a?

Muchas veces los abusos no son detectados por una confesión del niño/a, sino que se llega a la conclusión de que éste/a está siendo sometido/a a abusos por su conducta, por el bajo rendimiento escolar, por informes psicológicos, etc.


Aun hace mucho más difícil que el/la niño/a se atreva a hablarlo el hecho de que el abusador sea mayoritariamente alguien de su más cercano entorno (en un 30% de ocasiones su propio padre). Los miedos corroen la mente del infante: la posibilidad de que sus progenitores se separen por su culpa; de que su mamá caiga en depresión, o de que metan a su papá en la cárcel (debemos tener en cuenta que el niño, casi siempre inconsciente de que los abusos sean algo “tan malo”, siguen queriendo a su padre, aun cuando éste es un abusador).

Pero otras veces (aunque no son la mayoría) un/a niño/a se acerca a una persona de confianza para contarle lo que está sucediendo. En ocasiones por propia iniciativa, y en otras como consecuencia de ciertas sospechas desde el entorno familiar y educativo. El/la niño/a puede sentir que no le gusta lo que le hace esa persona, que no quiere seguir con ello. Un/a niño/a, como un adulto, puede explotar, puede necesitar desahogarse. ¿Y qué es importante tener en cuenta cuando esto sucede?

- En primer lugar, NUNCA se prometerá al/la niño/a que no volverá a suceder, porque lo cierto es que hay muchas posibilidades de que eso no sea así y el/la niño/a podría sentirse traicionado/a. Se le prometerá que se hará lo posible para que todo cambie, pero se le hará comprender que aun tiene que aguantar un poco más.

- Es importante no mostrarse nervioso ante el/la niño/a. Él ha decidido contártelo a ti porque confía en ti, y tú debes responder a la confianza que él te otorga ofreciéndole serenidad, tranquilidad, seguridad. “Luego –dice Vicki Bernadet- ya llorarás por las esquinas, pero con el niño mantén las formas, un tono de voz tranquilo, porque es lo que él necesita”.

- Debemos demostrarle al/la niño/a que nos sentimos plenamente orgullosos/as de que “él o ella nos quiera tanto como para contarnos algo tan sumamente importante”. El /la niño/a debe sentir que no se ha equivocado al contártelo a ti, porque tú vas a ser la persona más adecuada para ayudarle.
- Es importante no hacer preguntas al niño/a sobre lo sucedido. Debemos dejar que él/ella nos cuente lo que quiera, hasta donde él/ella crea oportuno. Hay varias razones para pensar esto:
• La víctima nunca debe sentirse obligada, presionada a contar lo que no quiera contar.
• Se ha llegado a contar que una persona abusada ha tenido que repetir los hechos hasta 4 veces durante el proceso penal. Ello, como es obvio, constituye un elemento escabroso para una víctima que ha padecido abusos sexuales.
• El abuso sexual constituye un delito, y la justicia es muy sensible. Dicho de otra forma, el hecho de que se le hagan muchas preguntas a la víctima, y que ésta sea llevada a diversos profesionales independientes al proceso penal (no se equivoquen: es probable que los informes psicológicos realizados por psicólogos privados no constituyan material probatorio alguno) podría hacer pensar al juzgador que el/la niño/a ha caído en una inducción, lo cual, como es lógico, agravaría la posición de la víctima.


Llegados a este punto, y después de una charla que, no pareciéndolo, ya ha llegado a las dos horas, Vicki Bernadet acaba su taller informándonos de que no hay perfil de abusador en cuanto a personalidad. Lo único que las estadísticas muestran es que un 98% de abusos se producen por parte de hombres, frente a un 2%, que se producen por parte de mujeres (otro dato es que de las víctimas abusadas, sólo los hombres adoptan con el tiempo el papel de abusador, y no las mujeres).


He aquí nuevamente el problema de género: la mayor parte de presos son hombres; la mayor parte de toxicómanos son hombres; la mayor parte de accidentes laborales y de tráfico tienen como protagonistas a los hombres, etc. Y con todo esto, ¿Aun hay gente que sigue pensando que no nos hace falta cambiar? ¿Aun hay hombres que siguen pensando que todo esto es algo que no nos incumbe?

Al fin y al cabo, los abusos sexuales infantiles son una muestra más del daño que la masculinidad tradicional nos hace a todos/as.




martes, 25 de mayo de 2010


Un día, un mayor le dijo que no resultaba fácil pensar con la cabeza al tiempo que sentir con el corazón, o viceversa, pues ello creaba severos conflictos internos.


Sin embargo, él siempre creyó que lo realmente difícil era sentir con la cabeza y pensar con el corazón. Y tanta era su dificultad que ni siquiera existía oportunidad alguna para que ello creara un conflicto interno. El conflicto, sencillamente, se encontraba en el aire de la máxima, en la aparente artificiosidad de encajar el sentimiento desde el raciocinio, y el raciocinio desde el latido, desde el impulso.


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Imagen: Entre la razón y el corazó, César Ruiz Cureño.

lunes, 24 de mayo de 2010

Sueño y Tiempo


Una vez, cuando tenía diez años, tuve un sueño algo peculiar. En él parecía ser el acabose de la tarde de un invierno frío, y ya empezaba a oscurecer. Yo me encontraba frente a la entrada de un cementerio con los ojos clavados en los enormes barrotes oxidados con que la pesada puerta parecía estar forjada. Aun recuerdo con claridad aquel color rojizo de las barras y el fuerte olor que el orín desprendía. Me acerqué a esa puerta e intentando evitar aquel fetor conteniendo la respiración comprobé que no se hallaba cerrada, de manera que decidí entrar. Sin embargo, aun no había realizado el primer empuje para cruzar el portal cuando éste se cerró de golpe, prohibiéndome realizar aquello que mi inconsciente voluntad me alentaba a hacer. Entonces me di la vuelta para alejarme de allí (probablemente un crío de diez años en aquella situación sólo tendría la intención de volver a casa), pero cuando alcé la vista de nuevo advertí que me encontraba dentro de aquel cementerio en el que apenas diez segundos atrás no había podido adentrarme. Me resultaba difícil de creer, pero parecía tener algo que hacer que me impedía detenerme a pensar en cómo había ocurrido aquello. Así que caminé y caminé hasta llegar a parar a una tumba en cuya lápida podía leerse el nombre de mi abuelo (que por aquel entonces aun vivía) y cuyo epitafio versaba “Baila sobre mi tumba, como el tiempo bailará sobre tu tumba, como el viento erosiona la peña, que por éste y aquél se derrumba”. Para mi sorpresa (cuando desperté) aquella figura que representaba ser yo mismo se descalzó con alegría y empezó a bailar con energía, con desahogo, con satisfacción…


Setenta años después acabé comprendiendo aquel sueño. Sólo cuando noté ciertas pisadas de huella anónima sobre mi espalda entendí que yo bailaba sobre aquella tumba como bailan los jóvenes segundos por un reloj clásico, o como lo hace, en definitiva, el tiempo sobre nuestras vidas.
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Imagen: Cementerio, Juan José Crespo

miércoles, 5 de mayo de 2010

Colores


El Sol radiaba, rabiaba. Su majestuoso color anaranjado se antojaba enérgico, y la difuminación de éste con el blanco azulado, azul ablancado de las nubes, convertía el paisaje en la misticidad del Mundo, en la mesticidad de sensaciones.


Brotaba el verde por doquier, y saliendo yo a olerlo, a tocarlo, a regocijarme en su vistosidad orgásmicoplacentera, me sentí verde yo también. Sentí los pinceles pintándome de trazos rápidos y plagados de entusiasmo al son del ritmo de mis caderas, cuyo movimiento no era más que la materialización del vaivén de mi vida, la encarnación del sin parar de mis emociones.
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Primera imagen: La foia de Castalla, de Guillermo Durá Gisbert.

viernes, 30 de abril de 2010

Estar no estando


Me levanté de la cama. No era la mía. Me rodeaba el color blanco leche y el olor a esa especie de filtro higiénico y sano que los hospitales desprenden. Me sentía algo aturdido, pero bien. Incluso apoyé los pies en aquel suelo y caminé, yendo y volviendo en un radio de un metro.

Era sospechosamente sorprendente estar de repente allí, como si un intervalo de tiempo se hubiese escapado a mis sentidos impidiéndome ser consciente de por qué me acababa de despertar en una de aquellas horribles habitaciones decoradas con blancos y azules hipócritas, y mirando un horizonte de fábricas que se divisaba desde la ventana de la habitación, me pregunté por qué no me encontraba en mi casa, sentado en el sofá viendo la tele, preparando la cena o fumándome un cigarro en el balcón.

Quise comprender que algo me tenía que haber pasado, y rápidamente me desnudé para encontrarme alguna herida, cualquier huella de una operación, pero lo único que hallé fue la rugosidad de mi piel, si bien algo más paliducha de lo normal.¿Habría tenido entonces un ataque cardiaco? ¿ O una bajada de tensión? ¿ Me habría quedado dormido en el sofá de mi casa siendo todo aquello parte de un enigmático ssueño?

Por más que lo intentaba no entendía nada. Sin embargo, ello no ocultaba en absoluto la sensación enérgica que emanaba de cada por de mi piel. Tenía ganas de todo, y la luz del Sol, que se aparecía insinuante entre las cortinas, invitaba a mis sentidos a salir de esa habitación y caminar. Recordé en esos momentos el día en que mi hija nació.También el Sol salió vestido de gala aquella mañana para asistir al acontecimiento más importante de mi vida. Recordé cómo cogí a ese peluche de 3'2kg, y le dije mientras lo acercaba a los cristales de la ventana: "Mira mi amor, este es el mundo que te espera". Ella no abrió los ojos, sólo se limitó a mover dulcemente su cabecita. Incluso confié en que me mirara.

De repente, cuando mi sentido común andaba ya en la pérdida más laberíntica del embobamiento, me cercioré de un ruido provinente del pasillo. La puerta, entonces, se abrió despacio, lentísimamente, y la figura del doctor dio paso luego a la de mi esposa. Lloraba.Pasó a veinte centímetros de mí. No me miró. Se agachó a la altura de la cama,y pareció derrumbársele la vida.Su rostro devino una carcasa, un dique desbordado por su cima. Era más la sal que el líquido contenido en aquellas lágrimas, o eso parecía adivinarse de sus desgarradores gritos, de sus descoordinados gestos.

Fue en ese momento cuando otra figura entró a la habitación. Era mi hija. La vi dirigirse hacia mí y abrazarse a mis piernas, lugar más alto al que su lustro alcanzaba. Por sus ojeras, era notorio que había padecido un llanto prolongado. Con mis manos acaricié su cabellera rubia y sus hombros de juguete. Entonces una vocecita apagada como nunca nació de entre sus labios, formulando unas pocas palabras que acabaron de condenarme a la más angustiosa incomprensión: "Papá, mamá no me hace caso".La miré y exclamé algo de lo que mi memoria no se apropió. Después no pude más que acercarme a la cama sobre la cual mi mujer había caído desmayada y estaba siendo atendida. Vi mi cuerpo bajo el suyo, mis caídas manos junto a las suyas, mis ojos apagados. Ya veía los golpes en el rostro de ese cuerpo; ya veía la ropa rota, las piernas destrozadas, ya veía las máquinas que me habían intentado sujetar a la vida, porque ahora comprendía que había muerto.

- ¿Qué te pasa papá? ¿A tí tampoco te habla mamá?
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Imagen: Fantasma sereno, de Lorena Emmerich

martes, 20 de abril de 2010

Premio Certamen Literario de Vilassar de Mar 2010

ENTREVISTA CON UN SUICIDA


Por Jorge López Pérez.



1-
Mi nombre es Joaquín Soler, y soy periodista. Trabajo para la revista de publicación mensual Aquí y ahora, cuya función es plasmar los momentos extremos de la vida de personas al borde del abismo, en cualquiera de los sentidos. Una vez entrevisté a Alfonso Nosequemás, varón de treinta y cuatro años carcomido por un cáncer que le había destrozado toda la zona abdominal y cuya metástasis le impedía ya respirar por él mismo. Era una tarde de verano, y él me esperaba tumbado en la cama de su habitación en el Hospital Clínico de Barcelona. Ya no había nada que hacer por él, y su permiso a mi entrevista fue para él, con sus propias palabras, “como charlar largo y tendido con alguien por última vez en esta vida”, como me dijo al principio de nuestra conversación con cierto toque irónico. En efecto, a los cuatro días Alfonso Nosequemás falleció. Otra vez me dediqué al caso de Juana Antonia Canín, madre coraje encarcelada por envenenar a su hijo mayor después de ver repetidamente cómo éste abusaba de su hija pequeña. Los gruesos barrotes de metal que encarcelaban su cuerpo, me aseguró durante mi visita a la cárcel de Wad Ras, no eran tan rígidos y fuertes como la reja que presionaba su corazón por haber tenido que matar a su propio hijo. Aquella mujer quedó en libertad en el 2002, y hoy en día se la ve en las manifestaciones por la modificación de la ley del menor. Recientemente tuve que tratar con Bernarda Sacristán, mendiga chiflada que se dedicaba a introducir en los buzones de los vecinos de la Calle de la Feria de Albacete obsequios tales como impurezas caninas o porciones corporales de roedores (póngase como ejemplo la cola de una rata) . Mi jefe me envió a la ciudad manchega con una foto de susodicho personaje, a quien tuve la suerte de encontrarme –gracias a la ayuda de los vecinos afectados- en el parque de los Jardinillos, a las siete horas de una tarde de frío invierno. La mujer parecía simpática, y contestaba a las preguntas con total sinceridad, como si aquello que hacía fuera algo normal y corriente, como si fuera su deber hacerlo. Durante unas horas creí estar ante una heroína justiciera vecinal.

Hoy me enfrento a un nuevo reto; algo que algunos de mis compañeros, águilas cazadoras del morbo (de astucia no tan ágil como la de un servidor), han intentado en otros casos sin fortuna y que ahora queda en mis manos. Voy a entrevistar a Adolfo Saura, señor de cincuenta años, casado y con tres hijos, investigador madrileño, y que desde ayer por la tarde se encuentra sentado en el borde de la azotea de un edificio de doce plantas. Buen lector de nuestra revista mensual, ha exigido que yo en persona, y no otro, suba con él para hacerle compañía y hablar de lo que le sucede. No es un secuestrador que pueda exigir cosas a cambio de rehenes, pero tampoco puede decirse que nosotros hayamos aceptado la oferta forzosamente: a decir verdad, la satisfacción de ser el único periodista que ha entrevistado a un suicida me provoca un ansia indescriptible por que ese hombre acabe lanzándose de cabeza. Escabroso, ¿verdad?


2-
El avión ha llegado a Madrid hace una hora y media. Deberían imaginarse que lo poco que he dormido habrá sido mal, pero debo asegurarles que hacía tiempo que no dormía tan plácidamente. ¿Será el olor del triunfo un calmante?

Frente al edificio la muchedumbre mira hacia arriba, como si vieran algo, aunque la verdad es que no se ve nada. Por tanto, es de presuponer que en un estado de inconsciencia, aunque nunca lo quisieran admitir, están esperando a que ese hombre se tire. Probablemente cuando caiga se sorprenderán, y será entonces cuando el morboso inconsciente se rebaje ante la moral. Sin embargo, cuando lleguen a sus respectivos hogares, de nuevo esa subconsciencia revivirá para comentar con el prójimo con todo tipo de detalles y exageraciones lo sucedido.







Las fuerzas de seguridad han obligado a los vecinos del bloque que se abstengan de salir de sus hogares innecesariamente, por lo que no tengo problemas en llamar al ascensor y que éste acuda a mí con rapidez. Subo hasta la última planta, desde la cual tomo unas escaleras que me llevan a la azotea. La puerta está entornada, así que no necesito las llaves que me han facilitado.
Lo veo sentado, con las piernas flotando sobre una altura de doce pisos. Es un hombre grueso. Me pregunto si el choque de su cuerpo contra el suelo produciría un socavón.

3.
- Hola señor Saura.
El hombre gira el cuello para mirarme por detrás de su hombro derecho. Luego vuelve a perder su mirada en las pocas nubes que pueblan el cielo mañanero de hoy y me contesta:
- El famoso Joaquín Soler… Me pensaba que por una vez en tu vida se te iba a escapar una buena entrevista. –No le veo la cara, pero su tono irónico me hace imaginar una mueca sonriente del mismo calibre en su boca.-
- Bueno, pues como puede observar, no hay entrevista que se me escape de las manos. –Intento responderle con el mismo toque irónico-
- No te equivoques Soler, nada se te puede escapar de las manos, porque nada tienes en ellas. Si a caso, soy yo el que te tiene a ti en mis manos.

Quedo algo perplejo ante tal razonamiento, y me hacen falta tres segundos para autoconfirmarme que él tiene razón, pues él no tiene nada que perder, salvo, presuntamente, una vida que para nada le importa, o al menos eso parece. Yo, en cambio, tengo ante mí la oportunidad de convertirme en un periodista único. Sólo si ese hombre me lo permite.

- No se trata de quién tenga qué en sus manos. Quizás en este momento se trata de lo que cada uno necesita, ¿no? Usted, por la razón que sea, ha pedido que yo y sólo yo suba aquí. Así que usted, por algo, me necesita. Yo, a cambio de darle lo que quiere, voy a recibir de su parte una entrevista que, como profesional, me va a beneficiar.
El hombre coloca los pies en tierra firme y se gira totalmente. Por fin veo su rostro. Tiene rasgos bondadosos, casi de oso yogui, y lleva gafas finas de color verde oscuro.
- ¿Qué es lo que va a hacer que esta entrevista sea importante o morbosa?
Pienso durante un par de segundos para darle una respuesta que no sea demasiado hiriente. Hago tiempo caminando hacia él y sentándome a su lado.
- Pues, con todos mis respetos, sabrá que yo no estoy aquí para convencerle de que no se suicide. Así que lo impactante será que la entrevista va a producirse momentos antes del suicidio de una persona. –Después de contestarle, creo que he sido excesivamente directo. Sin embargo, tiene que saber que no estoy aquí para salvarlo e irme de copas con él. Si así fuera entonces mi trabajo ya no valdría nada. Lo único que importa ahora mismo es que dé a sus intenciones la encarnación que se merecen.-
- Adivino en tus ojos cierta ansia e impaciencia Soler. Estate tranquilo, sólo soy un hombre sentado a tu vera. Supongo que dudas sobre si finalmente la entrevista te servirá para algo o no, ¿verdad? No te preocupes hombre; estoy seguro de que sí. ¡Ah! ¡Y deja de llamarme de usted!
- Con mucho gusto, Adolfo. –Saco la grabadora del bolsillo y hago ver que la pongo en marcha (desde el primer saludo la máquina ya estaba en pleno funcionamiento) Veamos… ¿Qué te ha llevado a estar aquí, con un pie dentro y otro fuera de este mundo?
- El hecho de llegar a la conclusión de que da igual dónde estés, qué hagas o por qué. Siempre, aun en los mejores momentos de tu vida, estás con un pie dentro y otro pie fuera de este mundo. ¿Nunca has pensado en eso?
- La verdad es que no. Quizás las circunstancias en que mi vida ha transcurrido me han permitido levantarme cada mañana sin tener que pensar en ello.
Adolfo me mira de reojo y me dice:
- No estés tan seguro, Soler.

Me asombra el peso con el que deja caer esa frase lapidaria, y le pregunto:
- ¿Qué quieres decir con eso?
- Pues quiero decir que, probablemente, aquellas circunstancias de las que hablas no sean más que una sarta de mentiras, un pajar a rebosar que esconde tu realidad. Sin conocerte demasiado podría jurar que siempre has vivido más fuera de este mundo que dentro. La gente lee lo que escribes, y busca información sobre ti; conoce al Joaquín Soler exitoso. Pero creo que tú no te conoces a ti mismo; no conoces tu yo. Creo que sólo sabes quién eres cuando memoras tu aparentemente limpia faceta profesional, mientras el resto de tu ser se pudre en el olvido con el que le has castigado. Sinceramente, yo no podría querer a alguien como tú, a pesar de tu evidente destreza periodística. ¿Qué piensas?

No sé cómo contestar a ese puzzle de suposiciones y opiniones. Me ha pillado por sorpresa.
- Mi trabajo es mi vida, Adolfo.
- ¿Lo ves? Eres de mi quinta, y aun crees que tu trabajo es tu vida. ¿Crees también que existe el ratoncito Pérez? Porque Soler, hay dos formas de ver esto: la primera es que en realidad pienses que sólo vives por y para tu trabajo. Por lo tanto, humanamente no vales más que una simple hormiga que se arriesga cada día a que la aplasten sin pensar en otra cosa que en su función como trabajadora de un hormiguero que ni tan si quiera le pertenece. La segunda forma sería comprender que tu trabajo es sólo una parte de tu vida, y que sin él aun te quedan dos tercios de tu existencia por los que luchar.



No puedo replicar. Son palabras de contundencia demasiada y cualquier contestación que formule será pobre al lado de éstas. Debo de aprovechar sus reflexiones. No puede verme cediendo.
- ¿Es eso lo que te pasó a ti? ¿Dejó de importarte todo por tu trabajo?

El hombre agita su cabeza, insinuando que no he entendido nada.
- Amigo, eso es lo que te está ocurriendo a ti. No crees que pueda haber algo más importante que tus entrevistas porque en tu ser, el lugar reservado para todas las demás cosas está vacío, oscuro, envejecido prematuramente. No entiendes a las personas, pero tampoco te interesa entenderlas ¿Por qué sino prefieres que alguien muera si con ello consigues tener tu entrevista, a que ese alguien sobreviva, aunque por una vez tu trabajo no sea beneficioso? ¿Cómo puedes argumentar desde la ética que quieras que un hombre se suicide? –Se toma un respiro-. Pero no te preocupes compañero, desgraciadamente no eres ninguna excepción hoy en día, lo cual no contribuye de todas formas a que tu vida sea menos repugnante.

Este maldito hombre no habla por hablar. Me está acorralando y soy yo quien pregunta, debo ser yo quien acorrala. Ni mi mirada ni mis movimientos pueden reflejar un ápice de la tremenda angustia que me corroe, porque entonces caería en su trampa. No puedo darle ese gusto a él, ni a mí el de seguir los consejos que un pequeño demonio me susurra desde la parte siniestra de mi cuerpo sobre cómo empujarlo sin que se dé cuenta. Le miro a los ojos y pronuncio algunas palabras empujadas por la desesperación del no saber reaccionar.
- Adolfo, te estás equivocando conmigo. Si creías que yo sería el reflejo de lo que tú sientes y que juntos podríamos consolarnos el uno al otro, estás errado. El que yo quiera que mi trabajo me salga bien no me hace ser repugnante –joder, sí, sí lo soy. ¡Cámbiale de tema Joaquín!- Por cierto, dime: ¿Qué piensas tú de la muerte? ¿Has cavilado sobre qué le espera al funámbulo al otro lado de la línea cuando no hay redes por debajo?
- ¡Pues claro! No llegas a esta situación sin haber reflexionado sobre la vida y sobre la muerte. No sé qué diría Shakespeare en mi lugar, o su Hamlet, pero yo creo que todo se acaba, todo se gasta. Todo muere con el tiempo. Incluso el tiempo muere con el propio tiempo.

Parece un hombre inteligente. Sabe lo que dice.
- ¿Y la muerte? ¿Muere la muerte? –Le pregunto-.
- No lo sé… Supongo que la muerte de la muerte equivaldría a la propia vida. Sería como aquel “negativo más negativo equivale a positivo” que se aplica en las matemáticas.
- Sería una pena que la muerte muriera… Tú no podrías consumar tu suicidio, y yo no tendría lo que quiero.

El hombre se ríe, atraído por el humor negro de mi reflexión, y dice:
- Compañero, no sólo yo no podría suicidarme, sino que tus fantasmas estarían vivos. ¡Pasarías mucho miedo! – Vuelve a reírse, pero a mí no me hace nada de gracia- En fin… La muerte que muere es una máxima que sólo puede pertenecer al mundo de las cavilaciones sin sentido. Es como hablar de la vida que resucita, o de la muerte que resucita. La primera no lo puede hacer porque su esencia es la propia vivencia. Es decir, pura lógica. Y la segunda tampoco, porque un elemento que no vive, no puede revivir. Es decir, pura y natural ciencia flagelada históricamente por los mitos, leyendas y religiones.
- No obstante, la resurrección es un término que abarca algo tan antiguo, probablemente, como la reflexión de nuestro más primitivo antepasado. ¿Cómo lo explicas?

Se espera dos segundos y me contesta:
- Creo que sería muy fácil explicar por qué nació la idea de que podía existir lo que nosotros llamamos resurrección: la fe. No lo sería tanto, sin embargo, explicar por qué ni de la vida ni de la muerte se puede resucitar, salvando la pequeña reflexión que antes te he explicado y que cualquier persona puede alcanzar. La vida es vida, y por tanto no puede existir en la muerte. La muerte acaba con la vida, pero no la transforma en vida muerta; éste simplemente desaparece. El cadáver es del muerto, y no del vivo. No hay cadáver de un elemento con vida. –Para un momento y me repasa con sus ojos- Aunque hayan vivos que parezcan muertos…

No sé cómo contestar a eso, de manera que intento insinuar con un cambio de orientación en la entrevista que sus palabras han pasado del sonido de su voz a la ignorancia de todo aquello que no me interesa.
- Adolfo, ¿cuántos años hace que estás casado?
Adolfo se frota las manos mirándoselas, y me contesta:
- Catorce años. Antes había estado casado con la madre de mi hijo mayor.
- ¿Y has sido feliz en tus matrimonios? ¿Te ha faltado probar algo que nunca hayas podido probar? Es decir: ¿Te has sentido satisfecho sentimentalmente como persona, en todos los aspectos y significados que esta palabra comporta? –La segunda es una pregunta comprometida, lo sé. Hay dos preguntas suavizantes que harán que el hombre no se ofenda, y que con algo de suerte, habrán servido de vaselina para que lo subliminal entre sin hacer daño-.
- Te contestaré rápido y sencillo: no, no soy un gay frustrado. –Vaya… Quizás hubiese hecho falta más vaselina…-. Y por otro, si hubiera tenido todo el dinero que tú atesoras, me hubiese hecho ilusión hacer el amor con mi primera mujer en un yate que vimos una vez en unas vacaciones por la Costa del Sol. También me hubiese gustado bañar a mi actual mujer con el sabor del champán que, tengo entendido según una entrevista pedante que ofreciste al Night Show, tú bebes cada noche mientras lees, y luego tirarla al jacuzzi y tener relaciones entre las burbujas con las que tú debes bañarte siempre que quieres.

¿Me tiene envidia? ¿Es por eso por lo que ha querido que esté yo aquí? Mis labios están secos, y aquella paciencia que me los humedecía se ha esfumado. Labios… Ojala mis copas de champán hubieran tenido la compañía de otros labios que hablaran con voces diferentes a las que pongo a los protagonistas de mis libros y a los fantasmas de mi imaginación.
- Bueno, Adolfo, en ese aspecto quizás yo he tenido algo de suerte, pero…
- ¿Suerte? ¡En absoluto! –Sus palabras contienen gran indignación, pero a la vez gran sentimiento de triunfo. No parece un hombre a las puertas del suicidio- ¿Dónde está la suerte en una vida donde la soledad es el único estado que te rodea, siendo también el único estado del que no quisieras estar rodeado? ¿Qué gracia crees que comprende el éxito en una persona que no lo puede compartir con nadie? ¿Qué eres tú en una cama de tres metros de ancho, o en una casa de cuatrocientos metros cuadrados? ¿No has soñado nunca en donar toda tu fortuna a cambio de que un ente divino, o el destino, o el elemento supranatural que sea, te condeciera la oportunidad de tener a alguien con quien compartir todo sin necesidad de retribuir sus servicios? ¿Nunca te has dado cuenta de que, teniendo todo el patrimonio que tienes, no pareces ser feliz?

Las palabras que retenía guardadas en mi interior se acaban de esfumar, y en su lugar hay ahora un silencio sepulcral, como aquel silencio que tanto odio cuando abro la puerta de casa. No sé qué debo decir. No me conoce de nada, pero ha tenido suficiente con unos minutos para desgajar (o desquebrajar) todo mi interior, para encontrar palabras que describieran quién soy y quién no soy y lanzármelas a la cara, ponérmelas donde nunca nadie me las había puesto, ni tan siquiera yo mismo.
- Y tú que tienes muchas más cosas de las que dices que yo tengo, ¿por qué estás aquí, dispuesto a perderlas? –le pregunto-.
- No es que esté dispuesto a perderlas; sólo pensaba que todos saldrían ganando. No era realmente mi deseo hacer lo que estoy haciendo, pero llegué a la conclusión de que así sería mejor ¿Y tú? ¿Por qué estás tú aquí? ¿Por qué un hombre que sabe que no va a conseguir nada con esta entrevista no se ha levantado aun y se ha ido?

Me aterra decir lo que pienso, y contesto con ambigüedad:
- No lo sé…
Él realiza un gesto de intolerancia, y dice:
- Sí lo sabes, pero te asusta hablar. Te dan miedo demasiadas cosas. Odias el fracaso, y siempre prefieres no dar la cara. Prefieres seguir aquí haciendo ver que todo va bien a bajar y decirle a tu jefe que no lo has conseguido, que se te ha escapado la entrevista, que era demasiado difícil para ti. Has vivido así durante toda tu vida profesional, Soler, y es por eso que dices no saber por qué estás aquí todavía. Dudo, de la misma manera, que sepas quién eres.

Nunca me habían hecho dudar sobre mi existencia. Cuando alguien me había preguntado quién soy en otras circunstancias yo siempre había contestado bromeando “un intento de periodista”. Pero este hombre lo tiene todo muy claro. Él ya sabe que soy periodista, entrevistador, buscador de historias particulares y rocambolescas. Pero no me está preguntando por ese Joaquín Soler, sino por aquél que se pone la tele en la cama hasta que se duerme, o que intenta estar en contacto a todas horas con alguien, o que alquila prostitutas por toda una noche para sentir el calor de alguien en la cama. Se refiere a aquel que odia la soledad y el silencio, y que sin embargo vive con ellos por temor a plantar cara a sus problemas. Me sudan las manos, y advierto un ligero temblor en las piernas. Noto la garganta paralizada, como si fuera a romperse en mil pedazos, e intento contestarle con tono bajo, para que no lo note.
- Mi vida se basa en buscar a gente que tenga problemas. Cuento a los lectores esos problemas, para que nadie sospeche de los míos propios. De todas formas, no creo que alguien se preocupara por ellos.
- ¿Lo ves? Otra vida impecable por fuera y podrida por dentro.
“¿De qué vas, engreído?” Pienso. Pero no se lo digo, porque de alguna forma, es la primera persona que escucha mis preocupaciones. Yo siempre me he lucrado con los problemas ajenos, pero no me he preocupado por ellos.
- Soler, compañero, mira al vacío. ¿Qué ves?



Inclino mi cabeza hacia delante. Desde la parte superior de un edificio de doce plantas es difícil ver algo claro. Ahora mismo todo está roto. Ahora mismo ya no sé qué hago aquí.
- Veo eso, un vacío. Un vacío infinito. ¿Qué viste tú cuando subiste decidido a tirarte?
- También vi un vacío enorme. Pero el vacío era físico. Nunca he dejado de tener en mi mente a mis hijos, a mi mujer, los fines de semana en el campo con mis padres, las fiestas con los amigos… - Para un momento y se roza los labios con los dedos de la mano derecha- ¿Sabes? Te tengo que agradecer que vinieras. En realidad te hice llamar porque estaba seguro de que mis últimas palabras serían para ti. Pero me has demostrado que hay gente mucho más desgraciada que yo, y que no me merezco una misa de suicidas. –Espera tres segundos y sigue- Amigo, estoy agotado. Tengo que bajar. ¿Y tú?

Esa pregunta me ha golpeado en la cabeza como una vara de metal, y no por su dureza, sino por la incerteza de la respuesta. Estoy desubicado, y desde hace unos minutos no sé qué hago aquí viendo todo desde arriba, como siempre he hecho, creyéndome un dios. Nunca he tenido claro lo que soy, pero ahora sé quién no soy. Me quedo callado, porque prefiero no contestar. ¡Mierda! ¿Y por qué no contestar? ¡Joder, Joaquín, responde por una puta vez en tu vida a algo! Ya basta de camuflarte…

- Sí… Yo también voy a bajar. Pero necesito estar a solas un rato, si me permites.
Me mira, me ofrece su mano para despedirse, y me dice con un tono irónico:
- Si esa es tu última voluntad…

4.
Escucho las sirenas. Veo a la gente agolpada abajo, como hormiguitas. Distingo algún cochee de policía y una ambulancia. Ahora oigo el sonido de los coches, y distingo las luces de la calle. El viento se nota más desde esta altura, aunque es en este instante cuando por primera vez siento su fuerte golpe en la cara. Cuando Adolfo está apunto de entrar al interior del edificio, se gira, y me dice:
- Si tú no tienes a nadie es porque nunca lo has querido. Nunca te has querido a ti mismo, y no has permitido que te quieran.

Tiene razón. Tenía demasiado miedo para quererme.

El hombre sigue ahí, quizás esperando mis últimas palabras como yo esperaba las suyas antes de su suicidio.

Hacía tiempo que no lloraba, pero mi filtro sentimental ha sufrido un colapso y ha dejado escapar un par de lágrimas. Se me pasan por la cabeza mil y una cosas, pero no acierto a recordar ninguna con claridad. Veo difuminado aquel día en que estuve con una profesora de universidad que se había enamorado de un joven de primer curso y éste la denunció por acoso, o cuando me enviaron a entrevistar a una señoritinga que había salido de la mendicidad gracias a su historia de amor con un duque en Sevilla a quien calentaba la alcoba en las noches de ausencia de la señora (tres o cuatro noches semanales) a cambio de mil euros por noche, o cuando me cité con un señor que decía tener relaciones sexuales con el espíritu de su amante de la adolescencia.
Lo miro. Me parece un ser ya muy lejano a mí.
- ¿Crees que cuando choque contra el suelo moriré en el acto? – Le pregunto-
- No lo sé. Supongo que sí. – Sus ojos están clavados en mí.-
- ¿No vas a decirme nada?
- Amigo, no estoy aquí para convencerte de que no te suicides. Te suena la frase, ¿verdad? – Me dice con un toque irónico-
Sí, claro que me suena.
- ¿Y crees que alguien se acordará de mí después de esto?
- Eres tú quien está ocupando mi espacio en ese borde de la azotea. Yo te recordaré. Tus lectores… No creo que tarden en olvidarte. No sufras por ellos.

Parece un hombre totalmente distinto al que me he encontrado unas horas antes. Yo sigo ahí sentado.
- Espero que allá donde vayas encuentres a tu verdadero yo. Aunque no estaría mal si desde allí arriba haces alguna entrevista que otra… -Sonríe, y se va-.


5.
Da igual quién seas, qué hagas, y por qué. Siempre tienes un pie dentro y otro pie fuera de este mundo. A veces actúas con razones y teniendo en cuenta las consecuencias, y a veces actúas porque sí. A simple vista parecería que existe una inmensa diferencia entre una opción y otra, pero cuando todo se ve desde encima de una doceava planta adviertes que puedes haber hecho mucho para llegar a nada, o puedes no haber hecho nada y llegar a mucho. Uno no decide cómo le van a ir las cosas. Pero sí decide cómo hacerlas, y ello repercutirá en el resultado final.

Mi nombre es Joaquín Soler, y soy periodista. Hasta hoy he trabajado para la revista de publicación mensual Aquí y ahora, cuya función es plasmar los momentos extremos de la vida de personas al borde del abismo, en cualquiera de los sentidos. Hoy he venido a Madrid con la intención de entrevistar a alguien que estaba al borde del abismo, sin apercibir que quien estaba al borde de ese abismo era yo. Y nadie me ha empujado a estarlo, salvo mi propia decisión de cómo quería que fuera mi vida. Como bien he dicho, uno no decide cómo le van a ir las cosas, pero sí decide cómo quiere hacerlas. ¿El resultado final? Preguntádselo mejor a los ojos que me esperan allí abajo. Me llevaría la grabadora conmigo, pero a riesgo de que esta mi última grabación quede inaudible, permito que se quede mirando como me alejo de ella para siempre.


Un saludo desde Aquí y ahora.
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Primera imagen: Caída al abismo, Trinidad Romero Blanco.
Segunda imagen: Abismo, Manuel L. Acosta.
Tercera imagen:Waiting, Yoana Zabala.
Cuarta imagen: Rascacielos, Marta Velasco Martorell.
Quinta imagen: Mientras duermo, Eduardo Samuel Cárdenas Martínez.
Sexta imagen: Caída libre, Marcos Voet.

lunes, 19 de abril de 2010

LA custodia compartida. En el principio del camino de baldosas amarillas. (Última parte)

Última parte.

Por Jorge López Pérez.


Estudios diversos sobre los efectos de la custodia compartida.

Son muchos los estudios realizados a los largo de los últimos veinticinco años sobre cómo afecta a un niñ@ la separación de sus padres y la pérdida de un progenitor en el día a día. Y la mayoría llegan a la misma conclusión: l@s niñ@s que disfrutan de una custodia compartida se adaptan a las circunstancias posteriores al divorcio mejor que l@s niñ@s de familias con custodia individual.

De los estudios realizados en otros países, y de las experiencias vividas y la información obtenida, la mayoría de investigaciones asegura que la autoridad coparental no sólo comporta mayoritariamente beneficios para l@s hij@s, sino, por supuesto, también para los progenitores. Las siguientes son algunas de las ventajas que se obtienen:

- Para l@s hij@s:
· Se adaptan mejor a su entorno.
· Rinden más en la escuela.
· Están más satisfechos con la distribución del tiempo de convivencia con sus padres.
· Su autoestima no se ve dañada.
· Se produce menos sentimiento de culpabilidad.
· Tiene mejor relación con ambos progenitores.
· Muestra menos problemas psíquicos o síntomas de estrés psicosomático.
· No se producen efectos tan negativos cuando los progenitores rehacen sus vidas (nuevas parejas, nuevos hermanos, etc).
· Hay menos probabilidad de que incube una personalidad agresiva.

- Para los progenitores:
· Hay menos conflictos entre progenitores, y más cooperación.
· Están más satisfechos con la relación con sus hij@s.
· Tiende menos a adoptar un comportamiento amargo con l@s hij@s, menos castigos, etc.
· Recurren menos a la presión psicológica y a la culpabilización del otro progenitor.
· Mayor cumplimiento de pagos económicos.



Como es obvio, todo esto no son datos aleatorios, sino que es simplemente una recolecta de las conclusiones a las que se ha llegado gracias a estudios como los siguientes:


Robert Bauserman (AIDS Administration/Department of Health and Mental Higiene, USA). Chile adjustment in Joint-Custody versus Sole-Custody Arrangements: A Meta-Analytic Review [Adaptación del niños en regímenes de custodia conjunta y de custodia exclusiva: metaanálisis] Marzo de 2002.
Se analizan aquí treinta y tres estudios en que se compara la adaptación de l@s niñ@s. Se llega a la conclusión de que l@s niñ@s bajo custodia compartida están mejor adaptados que l@s niñ@s en régimen de custodia exclusiva. Además, los progenitores tienen menores niveles de conflictividad en sus relaciones.

Joan B. Nelly: Children’s adjustment in conflicted marriage and divorce. A decade review of research [Adaptación de los hijos en matrimonios y divorcios conflictivos. Análisis de un decenio de investigaciones]. 2002.
Análisis de las investigaciones emprendidas durante la década de 1990 respecto de los efectos del divorcio en la adaptación de l@s niñ@s. En relación con la custodia y el régimen de visitas, señala que la actitud de la madre determina sustancialmente la eficacia de la participación paterna tras el divorcio. La custodia conjunta da lugar a mejores resultados en el desarrollo del niñ@, en general. Los hijos de divorciados que mantienen contacto asiduo con su padre obtienen mejores resultados escolares.

M.R. Patrician. The effects of legal child-custody status on persuasión strategy choices and communication goals of fathers [ Efectos del régimen jurídico de custodia en las estrategias de persuasión y las metas de comunicación de los padres]
En este estudio se interroga a 90 padres varones sobre la forma en que el desigual reconocimiento de los derechos del padre y de la madre podría favorecer los conflictos. Se consideró que la custodia compartida fomentaba la cooperación entre ambos progenitores y frenaba los comportamientos egoístas, mientras que la custodia exclusiva favorecía las estrategias de persuasión basadas en el castigo.

V. Shiller. Joint and Maternal Custody: The outcome for boys aged 6-11 and their parents.[Custodia conjunta y custodia materna: resultados para niños de 6 a 11 años y sus padres].
En el estudio se compara a 20 niñ@s en situación de custodia compartida con otros 20 en situación de custodia exclusiva materna. Se constató que l@s niñ@s en un entorno de custodia compartida estaban mejor adaptados que l@s niñ2s bajo custodia exclusiva.

Buchanan, C., Maccoby, y Dornbusch: Adolescents After Divorce [Los adolescentes tras el divorcio]. Harvard University Press,1996.
Estudio de 517 familias con niñ@s de edades comprendidas entre 10,5 y 18 años, que abarcó un período de cuatro años y medio. Se evaluaron los siguientes indicadores: depresión, anomalías, esfuerzo escolar y calificaciones escolares. Se constató que l@s niñ@s en regímenes de custodia compartida física estaban mejor adaptados en relación con esos indicadores que l@s niñ@s bajo custodia exclusiva.

Algo que demuestra que la sociedad española aun tiene mucho trabajo por hacer es el sencillo hecho de que se encuentran pocos estudios y pocas estadísticas oficiales que arrojen luz sobre los beneficios que supondría (o que ha supuesto) la custodia compartida. Sólo algunas asociaciones de padres y madres divorciados y de lucha a favor de la igualdad han reproducido en estadísticas encuestas hechas por ellos a padres, madres y niñ@s.

Será quizás porque en el Estado español aun es demasiado pronto para realizar estudios fiables, o quizás porque estudios oficiales contundentes aun darían más que hablar sobre la dudosa eficacia del Código Civil Español y de la Ley del Divorcio sobre la custodia compartida.

Lo que sí es cierto e innegable es que, actualmente, sólo nos queda acudir a estudios realizados en otros Estados para dar fe de los efectos beneficiosos de la autoridad coparental.

Últimas reflexiones.


La autoridad coparental constituye un pálpito igualitario en nuestra sociedad, y eso es indiscutible. Los Estados en que ésta ha quedado inserta como elemento preferente en lo que se refiere a las modalidades de custodia no han tardado en obtener resultados positivos en todos los aspectos, incluso en algunos imperceptibles a simple vista. Así, se ha ayudado a una mejor relación entre los padres separados, y entre éstos con sus hij@s. También se ha ayudado a la creación de un mejor clima para el hij@, que antes veía como irremediablemente debía despedirse de un papá de casa para dar la bienvenida a un padre de fuera, mientras que con un sistema coparental puede disfrutar de ambos progenitores, tanto temporal como afectivamente, en términos más igualitarios.




En los lugares donde predomina la custodia compartida se ha comprobado que l@s hij@s sufren menos, tienen y crean menos problemas y su nivel escolar no baja, en comparación con l@s hij@s de padres separados y cuya custodia recae sobre un solo progenitor, cuyas vidas quedan muchas veces resentidas por los conflictos familiares, las presiones de sus padres hacia él, etc.

Y no sólo eso, sino que estudios realizados en Estados Unidos desde 1989 hasta 1995 demostraron que en aquellos estados estadounidenses donde existía un alto nivel de custodia compartida la tasa de separaciones y divorcios iba reduciéndose año tras año. Eso significaba que la custodia exclusiva, al favorecer desproporcionadamente a uno de los progenitores (normalmente la madre), constituía un aliciente para que ese progenitor pidiera el divorcio en situaciones que quizás podrían resolverse de otra forma menos conflictiva. Por lo tanto, la custodia compartida, junto a otras figuras como la del progenitor más generoso, ayudan gratamente a que por fin l@s menores no sean utilizados como instrumentos con los que amenazar o coaccionar al otro progenitor.

Pero con independencia de lo positivo que sería para nuestro Estado la absorción de todos esos elementos que aun no tenemos (o que tenemos con insuficiencia), los hombres debemos hacer una pequeña reflexión, y es que el cambio de las leyes no sirve de nada si no se acompaña con el cambio de la sociedad, y en este último aspecto el camino es largo y empinado, y parece que aun no alcancemos ni si quiera la mitad.


No es difícil deducir los orígenes de esta situación que hoy creemos injusta: la relación del hombre y la mujer siempre ha estado basada, en lo que a funciones se refiere, en una clara división en la que el hombre ejercía funciones profesionales, activas, poderosas, sociales, mientras que a la mujer se le atribuía la función pasiva, hogareña. Ha sido siempre la madre quien ha cocinado para el hijo, quien lo ha vestido y quien lo ha llevado al médico. Ha sido siempre ella quien ha sabido qué falta en casa, quien ha planchado y quien se ha quedado en casa con los niños y los abuelos mientras el padre bajaba al bar a tomar algo. Pero no sólo eso, sino que hoy en día, con la inserción de la mujer al trabajo, sigue siendo ella mayoritariamente quien sigue realizando todas esas tareas. Y perdóneme el lector si a caso pareciera que le hablo de tiempos lejanos. Y perdóneme aun más si ahora le sorprendo y le digo que en realidad le hablo de la actualidad. Pero es que, desde mi posición de hombre joven, me resulta imposible pensar que un juez pueda darle la custodia a un hombre que ni si quiera sabe limpiar platos (que por supuesto, los sigue habiendo, y muchos).


Por eso, redundo, el cambio no sólo debe plantearse desde la legalidad, sino desde el interior de cada hombre. Con ello no sería ni si quiera necesario proponer leyes igualitarias, pues ello sería un hecho que el legislador ya tendría en cuenta por naturaleza.

Pero por desgracia, aun se ve largo este camino de baldosas amarillas…

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Primera imagen: Los sentidos de la separación, Antón Iglesias Fernández.
Segunda imagen: Separación: reparto de ganancias, de Francisca Ros Nicolas.
Tercera imagen: Maternidad, de Carmen García Soler.
Cuarta imagen: Padre e hijo, Begoña Seoane Naveira

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BIBLIOGRAFÍA

Libros y artículos.






A. Rodríguez, Tayli. Custodia compartida: una alternativa que apuesta por la no disolución de la familia.
Salberg, Beatriz. Los niños no se divorcian. 1996.
Asociación para la Defensa de los Padres Separados de Madrid. Propuesta de modificación de la Ley 15/2005 del Divorcio por la custodia compartida automática. 2006.
Álvarez, Javier y Marañón Rafael. Asociación de Padres de Familia Separados, Federación Andaluza de Padres y Madres Separados. Informe Reencuentro sobre la custodia compartida, reencuentro de padres e hijos separados por una ley obsoleta y parcial. 2002.
Padres y Madres en Acción. La custodia compartida en el mundo civilizado.
Espinosa Calabuig, R., Custodia y visita de menores en el espacio judicial europeo, Marcial Pons, 2007.
Asociación de Ayuda a Hijos de Progenitores Separados. Los beneficios de la custodia compartida.
Ibáñez-Valverde, Vicente J. El laberinto de la custodia compartida. Claroscuros de un solo nombre con varios significados.
APFS Baleares (Asociación de Padres de Familia Separados). Los menores tras las rupturas matrimoniales y de pareja. La guarda y custodia compartida.






Legislación.






http://www.noticias.juridicas.es/
Código Civil Español.
Código de Familia de Cataluña.
Proyecto de ley por el que se aprueba el Libro II del Código Civil de Cataluña.
Código de los Niños y los Padres (Suecia)
Ley de Custodia Compartida italiana (Legge sull’ affidamento condiviso).
Ley de Custodia Compartida brasileña.
Ley sobre la Autoridad Parental francesa.

Jurisprudencia.






Sentencia del Juzgado de Violencia contra la Mujer de Barcelona nº 111/2007.
Sentencia Audiencia Provincial de Barcelona nº 1002/2005.
Sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña nº 31/2008.
Sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña nº 29/2008.
Sentencia del Tribunal Supremo nº 623/2009.
Sentencia del Tribunal Constitucional nº 4/2001.
Sentencia del Tribunal Constitucional nº 8/2005.
Sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos nº 72/1999.
Sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos nº 152/2000.
Sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos nº29/2008.
Sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos 31/2008.