sábado, 31 de julio de 2010

Represión (Parte 3)


El avión aterrizó en el aeropuerto Charles de Gaulle, situado al noreste de París. No hubo problema alguno durante el vuelo, de manera que, pese al terrorífico accidente acaecido en la cafetería, Mr. Johnson había podido descansar un poco. Él no era de costumbres mediterráneas, pero desde hacía unos años le había cogido cierto gusto a la siesta, y ese día pudo disfrutar de una tan larga como largo era el trayecto.



Se apagaron los motores y el pasaje inició el procedimiento de salida. Mr. Johnson, hombre de peculiares manías, estaba acompañado por la parte más cercana al pasillo central por una adorable ancianita que se mantuvo sentada hasta que el último pasajero (sin contar ellos dos, claro está) hubo salido, provocando que nuestro protagonista fuera víctima de un sofoco que desencadenó en sudores y temblores de piernas. Y es que como ya les he comentado y ahora reitero, nuestro protagonista era un británico muy maníaco que no podía soportar salir el último de cualquier lugar. Se excusaba siempre manteniendo la argumentación de que tenía prisa, pero en realidad la causa de aquella extravagancia era el miedo al vacío a sus espaldas. Mr. Johnson tenía pánico a lo que no podía ver o percibir, ergo, le aterraba la nada.



La anciana se levantó y echó un vistazo al director de laboratorios. Pareció ver que nuestro hombre no se encontraba en su mejor momento.



- Ça va bien, monsieur? –Era francesa-.



Mr. Johnson no tenía ni idea de francés, pero una frase tan común sí la conocía. Intentó disimular explicándole a la señora mediante una sencilla mímica que se encontraba algo mareado, y aguantó el tipo hasta que por fin vio la puerta de salida. Salió del avión y se dirigió a las cintas para recuperar su equipaje. Con el maletín en la mano izquierda y la chaqueta en la derecha se apresuró para acabar con todo aquel paripé cuanto antes. Desde el servicio de secretaría del llamado Monsieur Mahimouhmi le habían garantizado que alguien estaría esperándole a la salida, y otra de las rarezas de nuestro amigo era no hacer esperar nunca a nadie, o dicho de otro modo: ser siempre el primero.



Pero Mr. Johnson no contó con que la vida está llena de pequeñas cosas que se escapan al control de las personas, y cuando hubo llegado a la cinta, hubo esperado media hora, se hubo quejado, se hubo vuelto a quejar y hubo puesto el grito en el cielo, finalmente le comentaron que su maleta se había extraviado.

Para cuando Mr. Johnson salió de allí (sin maleta), ya nadie le esperaba.



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Imagen: El equipaje, de Thelma Leonor Espinal

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