¡Bueno, ya estamos aquí!, dijo ella en voz alta dejando la puerta del piso cerrada tras de sí. Su gran hogar se repartía de la siguiente manera: una vez se entraba al inmueble podía observarse justo delante de la puerta el pequeño lavabo compuesto por una ducha (obviamente, sin bañera), un inodoro, y un grifo de interiores podridos que, según el fontanero que la había asistido para resolver ciertos problemas con las cañerías, debía cambiarse de inmediato. Dando un giro al cuerpo de noventa grados hacia la izquierda se representaba la cocina-comedor, o comedor-cocina, que disponía de un par de fogones situados junto a una placa de mármol que hacía las veces de lugar de trabajo culinario. Alzando la vista sobre dichos elementos se advertía la existencia de un más que viejo objeto flotante, una especie de cajón que en su origen debió ser blanco pero que había quedado ennegrecido casi en su totalidad, y que acogía un par de vasos, platos y algún que otro cubierto. Si algún día traigo invitados, pensaba irónicamente, les sacaré mi cubertería de plata. Un sofá de dos plazas y una Sony Black Trinitron con quince años de antigüedad que había adquirido como legataria de un viejo borracho que se encaprichó de ella cuando contaba veintiuna primaveras terminaban de completar aquella habitación. El dormitorio quedaba separado por una puerta corrediza. En realidad, era el único lugar del piso que, de verlo por separado, daría la impresión de, al menos, no salir de una jaula como aquella: la cama quedaba situada con el cabezal colocado contra la pared. Ésta medía un metro con cinco centímetros de ancho por un metro con noventa de largo, por lo que a ella, que tan sólo contaba con un metro sesenta centímetros y cuarenta y ocho quilos de peso en su haber, le sobraba cama por todos lados. Las paredes estaban pintadas de un color azul cielo que e
lla misma había conseguido después de una hora realizando mezclas de pintura hacía ya mucho tiempo. No es que el azul le gustara, pero pensó que teniendo en cuenta las pobres vistas y la poca luz que ofrecían sus ventanas lo más conveniente era dar un toque vivo a su alrededor. Habían otros colores que hubiese podido escoger, pero su vida profesional estaba tan atada a elementos provocativos que no era su deseo que su hogar deviniera el reflejo de su trabajo. Más bien, buscaba todo lo contrario. Con el azul me basta, se dijo como método de autoconvencimiento por aquellos tiempos.
Dentro del pequeño armario de dos puertas más cajonera: camisones, tres pantalones vaqueros, tres camisetas e infinidad de minifaldas y tops de escotes más que generosos: vertiginosos en realidad –es lo que tiene el paso del tiempo, se decía ella, una va acumulando ropa…-
Sobre la mesita de noche: una lamparita móvil especial para lectura, y un libro.
Libro: Risa en la oscuridad (regalo de Martín, librero cincuentón y cliente habitual de los viernes por la noche). Ella es más puta que yo, pensaba.
Dentro de la mesita de noche: ropa interior y preservativos. Y algún que otro test de embarazo. Y un consolador de uso propio (consolador: dícese del elemento alargado que, haciendo las veces de pene, ella se introducía varias noches y por diversas vías mientras se obligaba a olvidar con la explosión final cualquier roce prepuglandiseminal acaecido durante la jornada de trabajo).

Dentro del pequeño armario de dos puertas más cajonera: camisones, tres pantalones vaqueros, tres camisetas e infinidad de minifaldas y tops de escotes más que generosos: vertiginosos en realidad –es lo que tiene el paso del tiempo, se decía ella, una va acumulando ropa…-
Sobre la mesita de noche: una lamparita móvil especial para lectura, y un libro.
Libro: Risa en la oscuridad (regalo de Martín, librero cincuentón y cliente habitual de los viernes por la noche). Ella es más puta que yo, pensaba.
Dentro de la mesita de noche: ropa interior y preservativos. Y algún que otro test de embarazo. Y un consolador de uso propio (consolador: dícese del elemento alargado que, haciendo las veces de pene, ella se introducía varias noches y por diversas vías mientras se obligaba a olvidar con la explosión final cualquier roce prepuglandiseminal acaecido durante la jornada de trabajo).

Se sentó en el sofá biplaza, y se sacó los zapatos. Luego echó mano al bolso y buscó con los dedos el monedero. Dos franceses y un completo equivalían a sesenta euros, lo que se traducía en veinte euros para comida, veinticinco de ahorro para el alquiler, luz y agua, y cinco para tabaco. No corrían buenos tiempos en ninguna parte, y en ese “ninguna” también se incluía, por supuesto, la prostitución. Aunque en realidad, y pese a esa rebaja salarial, prefería la situación actual que aquella que tuvo que vivir de más joven. Por aquella época puberina en que el cuerpo femenino se transfo

Increíble la capacidad descriptiva de tu relato y tu forma de ahondar en el personaje y en las situaciones que, tanto la protagonista del relato, como las mujeres reales que se ven abocadas a esta penosa situación viven. Estupendo, me quedo a la espera de su continuación. Un besote fuerte.
ResponderEliminarUna casa bastante sórdida con lo imprescindible: yo paso también de bañera y, por otra parte, de cenicero.
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